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Alguno/as político/as creen que los problemas de la ciudadanía son como clavos que hay que tratar a martillazos. Los portavoces del PP ejercen una manera de hacer política que diríase que busca el enfrentamiento, tensionar el debate, como si debatir fuera oficio de político de poco fuste. Lo fetén, lo que hoy en día se lleva, es poner al político de otro signo a caer de un burro, sin que parezca prioritario que para la descalificación es inexcusable presentar pruebas, y eso hace, que en la mayoría de los debates no se hable de lo que interesa, solo de aquello que creen a pies juntillas que enaltece a sus votantes, sobre todo a los que no han aprendido nada sobre educación y cultura parlamentaria, al punto que no se me alcanza comprender a qué viene eso de tratarse de «señorías», cuando a veces su lenguaje parlamentario nada tiene que envidiar a los matones deslenguados de la más zafia taberna.

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El hecho de que un/a parlamentario/a en el uso de la palabra desde la tribuna de oradores, pueda decir lo que le dé la gana por gozar de impunidad oral, me parece bien, si no fuera porque al amparo de semejante benevolencia, se llegan a decir cosas y a lanzar acusaciones sin aportar ninguna prueba, convirtiendo a la oratoria política en un ejercicio barriobajero que debería de avergonzar al/las autor/as de semejantes desatinos, que a nada que se tengan dos dedos de frente, lo único que viene a demostrar es la falta de categoría parlamentaria de una política muy en horas bajas.