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En Mallorca recibieron el lunes a los primeros turistas de la temporada con ovaciones, quizás como una traslación del ritmo que el coronavirus ha impuesto para crear la contemporánea sociedad de los aplausos. O quizás, seguro, por el alivio que suponen para la actividad económica. A los turistas alemanes se les detesta con la boca pequeña en la isla vecina porque parece que la han convertido en el decimoséptimo lander del país germano, pero a la hora de la verdad se les recibe con salvas y aplausos y hasta el poder gubernativo ofrece una recepción oficial.

Menorca, entregada por tradición al mercado británico, lo tiene más crudo. La situación sanitaria es más complicada y el Reino Unido se ha marchado de la Unión Europea, lo que significa que las medidas o recomendaciones que se toman para el espacio europeo le excluyen. Tampoco forma parte del espacio Schengen, otra dificultad en los incómodos tiempos del presente.

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En la era digital toda la propaganda y venta del producto se realiza a través de esa fina telaraña que construye la comunicación multicanal. Los impactos son individuales, el mensaje se disgrega más que nunca y los resultados son inescrutables, como los caminos del Señor. Sirve para llegar a más mercados, para intentar quizás una nueva invasión de suecas (y suecos, que dirían ellas y ellos), mercados alternativos a los que siempre llegamos tarde o simplemente no llegamos.

Visto el panorama de un año con doce meses de invierno como me decía un taxista, a los que lleguen este año, vengan de donde vengan, habrá que recibirlos como en aquellos tiempos no tan lejanos con un grupo folklórico a pie de avión y una niña (o niño) ataviada con traje regional para entregar un ramo de flores al primer pasajero. Tal vez cree más emoción e impacto que un mensaje impersonal de bienvenida por whatsapp.