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Que esto no es Eivissa en cuestión de ocio nocturno es de sobras conocido; el monocultivo de discotecas está pasando una dura factura a esa isla, que ha perdido de golpe por culpa de la pandemia su principal reclamo turístico. Pero en Menorca también hay un sector de la noche que ha comenzado a rebelarse por las condiciones que se les ha impuesto en esta nueva normalidad. Los bares de copas ya se resentían antes por el cambio de costumbres, del vermut de toda la vida se derivó al tardeo y a la alegría etílica a plena luz del día, cosa que a cierta edad chirría, acostumbrados como estábamos a que la oscuridad fuera refugio, risas, bulla, baile, romance, frescor en el verano y cobijo durante el largo invierno. Pero los locales que resistían han recibido la puntilla con horarios impracticables que convertirán los puertos de Maó y Ciutadella en un desierto. Además de las restricciones en cuanto a aforo, el cierre a las 2 de la madrugada, «la hora en la que habitualmente empezamos a trabajar», se lamenta un empresario, es condenarles a las pérdidas. Por algo España es el país de Europa en el que menos se duerme, con dos horas de retraso en actividades cotidianas como comer o ver una película después de cenar. Insano, sí -ese es otro largo debate-, pero determinante para estos negocios, que no ven aparecer clientes hasta bien entrada la noche. En el paseo marítimo de Palma ya ha habido cierres, y si eso ocurre con un mercado potencial como el de la capital balear las expectativas aquí se tornan más sombrías si cabe. Como siempre, y eso es lo que reclaman, son medidas adaptadas a su realidad.

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En otras comunidades se ha logrado, en Galicia el peso del sector de las orquestas ha hecho que, con aforo limitado, público de pie y separado, las verbenas, otro clásico de las noches de verano, continúe, aunque no sea lo mismo. Más vale eso que la proliferación de fiestas descontroladas.