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El confinamiento nos ha puesto anclas y nos ha cortado las alas. Hemos hecho un viaje interior obligados por las circunstancias, ya que puertos y aeropuertos estaban cerrados para nuestra protección sanitaria. Entonces, uno recuerda y valora los viajes que ha hecho y que forman parte de su ser o su memoria. El ser del hombre, como dijo Ortega y Gasset, no es un estado fijo, definitivo: es drama permanente. Vivimos entre facilidades y dificultades.

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Ese primer viaje a los 17 años, con silla en cubierta, saco de dormir y mucho de aventura por Andalucía, con unos amigos; el viaje de COU por Italia; la Alhambra de Granada y las cuevas de Altamira, en Cantabria; la llegada a Barcelona para estudiar en la Universidad; la visita al pueblo donde nació mi padre, en Zamora; y ya casado: París, Praga, Lisboa, Pompeya y tantos lugares inolvidables, llenos de historia, arte, gastronomía o costumbres diversas. 

Estuve en Finlandia, como profesor, en un programa de intercambio europeo: Comenius. Mi anfitriona, Merja, enseñaba español allí. Antes de regresar me compré El Kalevala. Ese libro es la gran epopeya nacional finlandesa, compendio de las leyendas mítico-religiosas de los pueblos nórdicos. Empieza el poema con el nacimiento maravilloso de Vainamoinen. «El Tiempo había nacido, porque el Tiempo nació al hacerlo la primera criatura». La vida es un viaje que hacemos juntos, mientras podemos, para descubrir las maravillas del mundo.