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Por fin hemos visto enmascarado a Trump, una vez perdida la batalla frente a la ciencia, representada por el doctor Anthony Fauci, epidemiólogo en jefe, según la terminología que tanto gusta a los norteamericanos. Trump lleva ya mascarilla y recomienda llevarla. No solo ha perdido su batalla personal sino también toda una batalla cultural, como comenta Lluís Bassets en «El País»: «La resistencia del libertarismo reaccionario se ha quedado sin líder». Afirma el periodista catalán: «Los sondeos explican la rendición de un presidente que perdió la iniciativa cuando empezó la infección. Quiso convertirse en el comandante en jefe de una guerra contra el virus -«chino», naturalmente-…pero no pudo con las cifras de contagiados y fallecidos ni con sus ocurrencias terapéuticas y regresa ahora con la cola entre las piernas leyendo al pie de la letra el guion de la ortodoxia epidemiológica…».

Es curioso que una prenda tan insignificante como la mascarilla se haya convertido en el epicentro de una batalla cultural entre republicanos y demócratas en Estados Unidos, y en pequeña escala, también en algunos ambientes europeos entre progresistas y libertarios del ¿quién me tiene que decir a mí si tengo que llevar mascarilla o no? Deberíamos escapar de esas falsas disyuntivas: la pandemia es un asunto muy serio que amenaza gravemente nuestro modo de vida y conviene extremar todas las precauciones posibles, incluido el uso de mascarillas, que no es un asunto de virilidad como pretende el jefe de gobierno brasileño Bolsonaro ni de libertad individual como pregona la IT (Internacional Trumpista) confundiendo el culo con las témporas.

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LA LIBERTAT ES UN BIEN MUY PRECIADO QUE A ALGUNOS terráqueos nos ha costado sangre, sudor y lágrimas conquistar, y es una irresponsabilidad confundirla con la ausencia de normas o el desprecio ignorante a la verdad científica, aunque sea tan evanescente como en el caso de la covid-19 de la que aún sabemos poco. Todos tenemos libertad de hacer esto o aquello siempre que no vulnere los derechos de los demás y nadie tiene libertad para contagiar a nadie incumpliendo las directrices de las autoridades sanitarias. Claro que es una molestia la mascarilla en pleno verano, como fue un enorme sacrificio el confinamiento domiciliario durante tantas semanas, pensar otra cosa sería lo mismo que considerar masoquista a una gran mayoría que acepta estas restricciones a la libertad con espíritu solidario para evitar males mayores.

Y por último, Vueling. He tenido que tomar varios vuelos en las últimas semanas y más o menos la cosa iba bien, con entradas y salidas ordenadas de los aviones, guardando las distancias en el finger, gel desinfectante a la entrada… Hasta hoy mismo, jueves, que, en el aeropuerto de Barcelona, nos han embutido en un autobús atiborrado que ha tardado más de diez minutos en llegar al avión. ¿De qué sirve el embarque ordenado si luego te confinan en una lata de sardinas?