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Explosión en el Líbano de 2.750 toneladas de nitrato de amonio, compuesto que puede ser utilizado como fertilizante pero también en la fabricación de explosivos, y que estuvo almacenado en el puerto de Beirut durante seis años. Devastación total. Vemos imágenes que nos sobrecogen por su dramatismo y crudeza. La destrucción se cuenta en segundos, la reconstrucción en décadas.

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Una misma sustancia puede fertilizar o matar. Cuando se almacena sin cuidado, el drama puede tardar cinco, diez, quince años o no ocurrir nunca. Pero el riesgo existe y lo reconocemos cuando explota. La destrucción siempre causa perplejidad y tristeza. ¿Pudo haberse evitado? Se buscarán culpables, pero eso no paliará el inmenso daño causado: muertos, heridos, personas que lo han perdido todo. El peligro acecha y la fragilidad es consustancial al ser humano, igual que al resto de los animales. La civilización es un intento colectivo de minimizar esos peligros, de ganar seguridad y construir con garantía de futuro. Pero eso no anula las leyes naturales. No nos hace inmortales ni invulnerables, ni nos inmuniza contra todo. La civilización es un esfuerzo cíclico y sostenido.

También existen las fuerzas que buscan destruir, desunir, sojuzgar y atacar lo tradicional o establecido. Esa pugna la seguimos viendo hoy en día. Cuando dominan la rabia, la ira, el odio o la guerra… nos acordamos del nitrato de amonio que teníamos almacenado sin vigilancia. ¡Vivamos alerta!