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Que la gestión de la pandemia vaya a pasar factura a Pedro Sánchez y su matrimonio de conveniencia con Podemos y nacionalistas vascos y catalanes será algo que determinarán las urnas cuando llegue el momento. El presidente del país, de vacaciones con su familia como si relativizara que España haya vuelto a situarse a la cabeza de los países con más contagios de Europa, se ha puesto de perfil y obvia los escándalos de sus socios morados, incluso la crisis de la monarquía para no sufrir más daños colaterales de cara al futuro.

El principal partido de la oposición, sin embargo, se lo pone fácil tras fabricarse un terremoto propio a propósito de la defenestración de su portavoz en el Parlamento, Cayetana Álvarez de Toledo. La decisión de Pablo Casado supone un nuevo bandazo de los que ya pertrechado desde que asumiera la sucesión de Mariano Rajoy. Primero quiso alejarse de aquél endureciendo su discurso contra Pedro Sánchez y sus acólitos.

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Luego lo moderó en la repetición electoral visto el pobre resultado de su estreno en las urnas como presidente del partido. Tras recuperar parte de los escaños recurrió a uno de los azotes del independentismo catalán, Cayetana, para neutralizar a Vox en la cámara baja. De alta alcurnia, erudita y contundente, de retórica inusualmente brillante para lo que se escucha en el hemiciclo del Congreso, pero también hiperbólica y desfasada en ocasiones, ahora la marquesa es la víctima de un nuevo giro hacia la mesura, al marianismo.

Su discurso, alguna que otra vez, no ha ‘casado’ con el de su líder, como cuando ha osado criticar la marcha del rey emérito. Otros barones del partido han aprovechado para clamar por la unidad de discurso y de acción hasta que su máximo responsable ha apartado a la rigurosa diputada de la primera fila. En el fondo se trata de nuevas o viejas batallas internas que cuestionan la solidez argumentaria del primer partido de la oposición para plantar cara a Pedro Sánchez, lo que no parece tan difícil por el camino que llevamos.