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El ser humano es un animal de costumbres. Aunque nos disguste, hay algo dentro de nosotros que se altera cuando por algún motivo nuestra rutina se tuerce para un lado que no es el habitual. A mí, por ejemplo, me da la sensación de que el verano tiene complicado terminar sin que el último chupinazo de las fiestas de la Mare de Déu de Gràcia explote. Hay trabajadores en la hostelería que su chupinazo llega la madrugada del 31 de agosto al 1 de septiembre y lo celebran hasta las tantas y bien mojados. ¿O no?

Pues algo similar me pasa a mí este año. Por mucho que las obligaciones imperen, lo cierto es que cada año me he podido escapar un ratín prácticamente en el descuento de las fiestas para recuperar una parte del tiempo de barra en barra, de sonrisa en sonrisa, de brindis en brindis. Se hace difícil escribir una gran historia con apenas unas líneas, pero no me negarás que hay cuentos cortos que son maravillosos. Porque a día de hoy, aún, “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

No hace falta ser muy listo –no lo soy- para darse cuenta de que los días son cada vez más cortos y hay pocos indicadores más eficientes que este para recordarnos que el verano se consume lentamente. No sé a ti, pero a mí me afecta que cada vez haya menos luz solar hasta el punto de que la época en la que peor lo paso es cuando a las 17 horas ya se ha hecho de noche. Coincide –y no es casual- con la época en la que suelo largarme de vacaciones para no tener que aguantarlo.

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Este año lo tengo chungo. Lo tenemos chungo. Ni vacaciones, ni viaje, ni nada de nada. Este otoño me lo voy a tragar enterito con una morriña aderezada con la sensación de que el verano ha tenido calor y buen tiempo, sí, pero no ha sido verano.

Te parecerá una tontería, pero el otoño me parece la estación más triste. Como un miércoles que no sabes exactamente qué pinta allí. Para mí, sobra. Días cortos, viento fuerte y frío, la sociedad que parece que entra en un atontamiento general y muchos restaurantes echan el cierre en una suerte de huida hacia adelante. Este año, además, todo parecerá más triste.

El que frecuenta estas líneas estará esperando que ahora, de repente me saque de la chistera un chispazo optimista que lo cambie todo, una frase ingeniosa o una reflexión profunda. No, el otoño será una mierda y cuando antes lo asumamos, mejor. Aunque luego, como siempre, que apeste más o menos dependa fundamentalmente de nosotros. Y de nosotras, claro.

dgelabertpetrus@gmail.com