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Durante todos estos meses desde que irrumpió la pandemia nos hemos confinado de manera desigual. Personas en riesgo por cuestiones de salud o colectivos vulnerables por edad se han visto obligados a un aislamiento más estricto. Especialmente duras han sido las medidas aplicadas para proteger a la población residente en los geriátricos. No hay que olvidar que más de un centenar de usuarios de residencias en Balears siguen hospitalizados y que los mayores han sido más castigados por la enfermedad, con más víctimas mortales. Ahora bien, las residencias de Menorca siguen limpias del virus, desde hace semanas, por fin respiran aliviados y salen a saborear cierta libertad. Vuelven los abuelos a tomar posiciones en los bancos y plazas, a poder recibir visitas si residen en un geriátrico y a salir al exterior para hacer su vida. Todo eso es posible a los buenos datos de contagios de la Isla, que siguen en descenso.

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En estas circunstancias se abren ya posibilidades al deporte, el ocio o el aprendizaje, asistiendo a clases de gimnasia, talleres o actividades diversas. Los clubes de jubilados sin embargo continúan cerrados, pese a la ilusión de muchos de sus socios que reclaman ya que se abra la mano para ellos, siempre respetando las medidas de seguridad. La decisión siempre estará ligada a la evolución de los datos sanitarios y a la posibilidad real de cumplir con aforos y distancias, pero si todo esto se respeta, no existe una causa objetiva para que los centros de reunión y esparcimiento de estos mayores sigan con la persiana bajada. Muchos ofrecen deporte, grupos de lectura, excursiones o simplemente un rato de desconexión después de meses de encierro. Todo ello tan necesario para la salud como protegerse del contagio.

La cuestión es que si muchos, pese a ser colectivo de riesgo, cuidan de los nietos que ya han empezado el curso porque sus padres tienen que ir a trabajar, no se entenderá que se les niegue su rato de ocio.