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El coronavirus ha puesto en una olla a presión nuestro modo de llevar la vida, entre lo que se puede y no se puede hacer, y que hace cuatro días atrás hacíamos sin tener que agradecer nada a nadie. El derecho a reunirnos no tenía otro límite que aquel que imponía la empatía de los convocantes que ahora se ha reducido a 10 personas, en algunos casos a 6. En puridad, ni el gabinete ministerial puede reunirse, ya que está formado por 23 personas. En algunas autonomías se ha prohibido fumar en la calle. A propósito de esta prohibición, recuerdo que en Nairobi le multan al que cruce un paso de cebra fumando. No creo que esa sea una medida que vaya a frenar la pandemia, mientras centenares de personas se concentran cada día en las estaciones de Renfe, metro, etc., cual sardinas en lata, en resumidas cuentas de medios de transporte. Es también el medio recurrente en cualquier clase de prensa, no hay periódico ni cadena de radio o televisión, que no tengan sus comentarios, incluso in extenso sobre la covid-19, y estas son las horas que seguimos sin saber ni cómo apareció y con exactitud de dónde, lo que prima es ver cuántos nuevos contagios hay cada día, y como va aumentando también el número de fallecidos. Llevamos meses sin que se aporte algo realmente fundamental, a no ser esos comportamientos de aquí y de allá irracionales, que no saben con qué clase de fuego están jugando, dando una cumplida muestra de un incivismo patológico.

La covid-19, ha ralentizado o paralizado algunos asuntos que no admiten eso tan nuestro de la demora, pongo por caso la reforma laboral, siendo lo cierto que son malos tiempos para corregir esta materia. Otro asunto de calado y que no puede guardarse en un cajón es el tema de las pensiones, me barrunto además, que hay quiénes están pensando en que llegue a tal estado la quiebra presupuestaria que les justifique el tener que reducir las pensiones como ya pasó en Grecia.

Mientras tanto, los políticos con mando en plaza, se han visto en la necesidad de confinar Madrid, asunto este que merece un artículo en extenso, dado el pifostio que entre unos y otros han montado. Otro asunto, y por eso no de menor cuantía, es el caso de los juzgados por el procés, o la curiosa vida de fugitivo entre algodones de Puigdemont o la situación de Torra, que después de hacerlas de todos los colores, le ha caído como una losa encima el hecho de no retirar una pancarta. Este hombre siempre me ha parecido un funambulistas con vértigo, y que conste que yo me fío mucho de los dirigentes del procés, suelen ser muy seguros en sus equivocaciones.

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2 La pandemia nos ha descolocado el camino que traíamos y una normalidad que nos acercaba a la necesaria confianza. Ahora ni Nostradamus se atrevería a vaticinar el futuro, por más que con lo que ya sabemos no pinta nada halagüeño y esperemos no tener un retroceso aún peor que lo que ya sufrimos en los peores días de la pandemia, cuando los muertos se hacinaban almacenados sobre pistas de patinaje sobre hielo. De momento estamos viviendo un año que no olvidaremos nunca, la pandemia se deja sentir cuando los oráculos del todo a cien vaticinaban la mejoría de una victoria al final del túnel donde ellos veían la luz.

Las víctimas humanas son cuantiosas, aunque pienso que no se ajustan del todo a la cruda realidad; no me termina de cuadrar los fallecidos diarios con los muertos que van a lo largo de la pandemia, quizá es que no le damos importancia a un hecho que se ha convertido en reiterativo, quizá porque nos lo impide lo que barruntamos como una falsedad abrumadora.

No siempre las cosas se ajustan a lo que esperamos, pues al crearse la necesidad esperamos que la naturaleza sepa encontrar la respuesta. En la mal llamada gripe española tampoco se ha sabido nunca como apareció y como desapareció, sin saber cómo ni por qué ¿Puede la naturaleza por sí misma acabar con la covid-19?