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Tan abrumados andamos con nuestras crisis y desventuras, que todo lo que sucede más allá pasa desapercibido aun cuando nos concierna como es la política europea, no solo la de los millones prometidos que, si vienen, no será antes de 2021. En Bruselas tenemos una partida de diputados a los que votamos poco y perdemos de vista mucho.

En la capital europea cuando aparece la situación venezolana en el debate se suele producir un pulso entre los diputados españoles, seguramente por la relación de Podemos con aquel tinglado sanguinario de Maduro. Pero esta vez, ha sido Dita Charanzová, eurodiputada checa y vicepresidenta de la cámara, la que le ha leído la cartilla a Josep Borrell, el alto representante de la UE en política exterior.

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Con buena oratoria y en buen castellano para que no haya dudas de interpretación, le reprocha su acción clandestina, «¿cómo es posible que el Parlamento Europeo se entere a través de la prensa de su misión a Caracas para negociar con la dictadura?».

El Parlamento Europeo no reconoce a Maduro ni a su gobierno, sino a Juan Guaidó como presidente legítimo, según sabemos y por si acaso le recordó la checa. Aquella misión pretendía retrasar las elecciones venezolanas del 6 de diciembre. Maduro lo rechazó sin dar opción a negociaciones y dejó a Borrell descompuesto. Para ese viaje no hacían falta alforjas.

Borrell, que, salvo breves interrupciones, no se ha bajado del coche oficial en 40 años, había recibido órdenes presuntamente de Pedro Sánchez. Y se supone que este las había recibido antes del vicepresidente al que llamaron el «Chávez español» para dar una mano de blanqueo al sátrapa del Caribe. Se ha repetido el episodio de Delcy, pero ahora implicando a las instituciones europeas. ¿Qué razón explica que el presidente gobierne y el vicepresidente mande? Algo se esconde y no huele bien, falta luz.