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Estrenamos toque de queda, algo real pero que sigue pareciendo una ficción; ese virus que debía ser como una mala gripe y extinguirse en verano sigue más fuerte entre nosotros; en el hospital hay una UCI covid a punto de llenarse pero la dirección apura, no abre una segunda porque eso significaría cancelar otras operaciones, y la gente sigue enfermando de otras patologías, sufre accidentes, aguarda pruebas, un cáncer que no se detecta avanza implacable. Y en medio de una pandemia, con una lista de espera quirúrgica de más de mil personas, 132 con demora de más de seis meses en sus intervenciones –para ellos sin duda, las más importantes–, si nada lo remedia hoy los médicos van a la huelga.

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Un paro diario los últimos martes de cada mes hasta que Sanidad se siente a negociar sobre un decreto, el 29/2020, cuya retirada exigen los médicos, porque afirman desprecia su profesión. El trabajo que no hagan hoy se lo encontrarán mañana pero han dicho basta. Menos aplausos de cara a la galería y más reconocimiento y presupuesto, menos precariedad.

Asistimos desde hace años a una fuga de profesionales de todas las ramas del conocimiento increíble, jóvenes bien formados que no solo se van para aprender más o para vivir la aventura que les pide la edad, sino porque no ven en este país las salidas que merecen, proporcionales a su propia inversión, de tiempo y dinero, porque estudiar cuesta ambos y en todos los ámbitos. Bien lo decía hace unos días en estas páginas una joven deportista varada en la isla, no basta el talento. Y el retorno a todo ese esfuerzo es la inestabilidad laboral, la exigencia de requisitos más políticos que científicos, la sensación de que ese sistema de salud que parecía inexpugnable se derrumba. Simebal cifra en 18.000 los médicos que se han exiliado por las malas condiciones laborales. Ahora necesitamos esos enfermeros y médicos que se han ido a Reino Unido y Francia, pero están mejor allí.