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Muchísimas personas en el curso de su vida iniciaron la lectura de los dos mejores libros escritos en lengua castellana, «El Quijote» y «Cien años de soledad», y muy pocas las concluyeron. Lo sé por numerosas confesiones escuchadas a lo largo de muchos años.

Además yo mismo, en medio siglo comencé El Quijote cuatro veces, y ahora, ahora mismo, a la cuarta, parece que voy a conseguir por fin rematarlo,… por las poquitas hojas que faltan. A «Cien años de Soledad» lo concluí a la tercera tentativa, aunque luego al cabo de los años lo he releído dos veces. Y sin embargo, a pesar de estos rechazos y de estos frenazos, reconozco que ambos son dos monumentos, difícilmente mejorables. ¿Por qué, eso?, ¿qué ocurre? Pues que lo que azuza a un lector a leer un libro es la tontería de que ocurrirá, de quien será el asesino, de si ahora el protagonista se saldrá con la suya, etc., pues eso, eso no acontece en estos dos libros, en realidad no acontece en ningún buen libro, solo se da en la literatura de evasión, lo que mayormente lee la gente, porque la otra literatura, la sustancial, le aburre. No quiero nombrar escritores conocidos y reconocidos a nivel nacional que en su día, medio siglo atrás, casi abortaron mi interés por la lectura por desentenderse de una de sus claves determinantes, el enganche del lector…, que también cuenta, ¡je!

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«El Quijote» no es una novela al uso, sino varias novelitas cosidas una detrás de otra con los mismos protagonistas: un trastornado bipolar con una depresión psicótica gravísima flagrante y un personajillo ingenuo que suple la inteligencia por una agudeza encomiable y a través de ellos Miguel de Cervantes promueve historias densas que encierran el magisterio del comportamiento vital de un modo superior. «Cien años de soledad» es una poesía de cuatrocientas páginas que trata de la epopeya del hombre, de las sagas familiares, de la sociedad, de un pueblo e incluso del mundo, y es de un lirismo y de una calidad literaria asombrosa. Claro que recomiendo la lectura de estos dos libros, pero recomiendo también leerlos a cinco kilómetros por hora, como se leen los evangelios, para entendernos, no a cincuenta porque, sino,… no los concluyen. Vale la pena intentarlo,… a lo mejor una hoja a diario sería una buena idea. No puede uno agarrarlos y afrontarlos como se afronta un libro común, a no ser que uno sea muy ducho en este género de lecturas… ¡A por ellos!

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