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Cualquier modificación que afecte a la circulación o a la línea del paisaje de una ciudad genera debate, y por tanto aprobación o rechazo. Ha sucedido en Maó con los cambios circulatorios, el nuevo ascensor que conecta con el puerto o el nuevo pavimento de la Vía de Ronda. El Ayuntamiento, ahora liderado por el socialista Héctor Pons, no se ha mostrado especialmente inspirado en algunas de las decisiones que ha tomado, incluso contestadas por vecinos afines.

Basta recordar la precipitada variación circulatoria en el puerto a principios de verano. Tal fue la reacción general, en especial la de los empresarios de la singular rada mahonesa, que Pons y el concejal responsable, Manuel Lora, tuvieron que echar marcha atrás a los pocos días y repintar la calzada para atender al clamor en contra de la dirección única. Aún no sabemos cuál será la solución definitiva.

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Algo similar sucedió con los cambios circulatorios en la barriada de las Tanques del Carme. Se anunciaron como decisión consumada en primavera, pero a la vista del feedback que no expresaba consenso también han tenido que corregirse de acuerdo con la asociación de vecinos, como había ocurrido con los comerciantes del puerto.

Por contra, no será necesario hacerlo con el nuevo ascensor del Parque Rochina, otra obra de posiciones enfrentadas cuyo aspecto final sí comienza a despertar una aprobación generalizada. Tras una larga espera, la opción de las fuerzas de izquierda resulta que no aparece como un feo mamotreto en medio del acantilado, como pudo preverse en un principio, sino que está moderadamente integrado o cuanto menos, no supone un impacto visual negativo.

Tampoco el nuevo pavimento de la Vía de Ronda ha sido un caos. Se ha hecho en la mejor época, siempre con alternativas para los conductores y ocasionando las menores molestias posibles. Es bueno reconocérselo al gobierno municipal.