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Cada vez que depositamos envases y plásticos en el contenedor amarillo pensamos que lo hacemos bien, que aportamos nuestro granito de arena para reducir la basura que nos invade. Creemos que al desaparecer la bolsa por la ranura se alivia el problema, reciclando esos envases y dándoles otro uso, pero no es del todo así.

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Una fuerte campaña de Greenpeace está poniendo al descubierto que la economía circular que nos vende Ecoembes –organización ambiental sin ánimo de lucro o, según los ecologistas, lucrativa empresa–, está más cerca de la utopía que de la realidad. No, el círculo no se cierra, la botella o la lata no se convertirán en otro envase, de hecho, el propio Govern emitió en octubre un informe desolador: en 2019 en Balears solo un 25 por ciento de los envases depositados en contenedores fue al reciclaje, el 56 por ciento se incineró y el 19 por ciento restante se acumuló en vertederos. El documento Análisis del Sistema de Gestión de los Residuos Municipales en Balears es, para Greenpeace, la confirmación de su denuncia y del desastre en el control de los residuos a nivel nacional. En medio de esta polémica, que ha llevado al GOB a renunciar a la ayuda de Ecoembes en 2020, se nos presenta a los ciudadanos otra fórmula, la recogida ‘puerta a puerta’ en cuya ordenanza municipal ya trabajan Maó y Es Castell.

Serán la punta de lanza de una modalidad que, en principio, está funcionando bien en otros lugares y que deja de contemplar la selección y el reciclaje como algo voluntario para hacerlo obligatorio. Habrá en un futuro sanciones para quien no recicle o lo haga mal y esperemos que descuentos para quienes cumplan. Pero si se pide un esfuerzo extra y no se explica con claridad qué es lo que sucede con los residuos más allá del contenedor, puede que haya obediencia vía multas pero no convencimiento. Es necesario que sepamos que nuestra acción es útil y que no alimenta un engaño, que no estamos haciendo el trabajo de quienes nos inundan de plásticos.