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¿Cómo llevan, queridos lectores, este noviembre pandemioso? ¿Es de los que siguen pegado a las noticias y refresca su Twitter cada cinco minutos, o ya ha optado por desconectarse? Si es de los primeros, admiro su capacidad de resistencia, porque si el otoño ya suele ser jodidamente tristón, este otoño del 2020 es especialmente deprimente. Es más difícil encontrar un rayito de optimismo que ver a Trump abandonar la Casa Blanca sin liarla parda, o pedir un solo día sin que aparezcan nuevos chanchullos de los que llevan corona.

Así que, viendo este contexto tan desalentador, me he puesto a analizar algunos datos que quedan fuera del foco mediático y que realmente apuntan a que nos vamos derechitos a la extinción sin ningún tipo de duda. Quiero dejar claro que el siguiente análisis se basa en mi formación como gran estadista en la Universidad de MassaChuches y el doctorado en Interpretación del Big Data que obtuve en Jarbar.

Nadie lo dice, pero la mayoría de croquetas congeladas se hacen con glutamato, flípalo. Incluso puedo añadir que muchas de las concretas congeladas de jamón que se venden en el mercado ni si quiera llevan jamón. Es decir, hay empresas que tienen toda una plantilla de investigadores poniendo las cantidades exactas de nitritos (E-250) y nitratos (E-252) para vendernos que aunque en la bolsa ponga «Croquetas de jamón de la abuela», en realidad esa abuela trabaja menos que la de Casa Tarradellas, que tiene una masía que se te va la olla y le hace al nieto pizas congeladas para cenar. Es descorazonador.

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Otro dato contrastado que refuerza nuestros argumentos es la existencia del museo de «Collares de perro» en Leeds, Inglaterra. Entrar a este museo cuesta unos 30 eurazos y recibe unas 500.000 visitas anuales. Alucinante, dicen que la pieza más antigua corresponde a un collar del siglo XIV que perteneció a un mastín español. Los hechos son abrumadores, ir al museo del Prado a ver las obras de grandes artistas, bien, muy bien; ahora, pagar por ver collares de perro, mal, muy mal.

Sigamos. Después del rayo de esperanza que supuso el descubrimiento del gas fosfina en la atmósfera de Venus, lo que suponía que podía haber vida y así nos daba una salida para abandonar la Tierra, pues ¡zas! en toda la boca, el astrónomo holandés Ignas Snellen ha dicho que el gas puede que no esté, que él y su equipo lo han investigado y que no lo tienen nada claro. Gastarte una pasta para llegar hasta allí y que luego no haya vida sería un mazazo, mejor no compramos el billete.

Y otro más. En Balasore, una pequeña población de la India, el guardabosque Bhanoomitra Acharya encontró una tortuga completamente amarilla. Es como una yema de huevo con patas y caparazón. El bueno de Bhanoomitra le hizo un video y lo colgó en Internet porque no había visto nada tan raro en su vida. Confirmado, las señales son inequívocas.

Pero no nos vayamos a un rincón a llorar, todo puede cambiar en un segundo, lo que se tarda en dar un clic para abrir una buena noticia: en EEUU, cuna del capitalismo salvaje, la aseguradora Aetna, les paga a sus currantes 300 dólares de plus si duermen al menos siete horas al día. Les regala un relojito inteligente que controla su sueño y si cumplen… aunque bien pensado, si no podemos desconectar de la empresa ni cuando estamos con Morfeo, mal vamos. Igual es que todo no es tan malo, o tan bueno, sencillamente depende del día que nosotros tengamos. Así que una vez más, que tengan un feliz jueves.