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Anda el gobierno de la nación tan liberado de asuntos capitales que ahora le ha dado por crear el denominado ministerio de la verdad. Pese a que sus ministras lo definan con el eufemismo de una comisión contra la desinformación para combatir bulos y fake news, se trata de una maniobra más del Ejecutivo en su afán por el control total con la que perseguir las noticias falsas que generan alarmas y hasta pueden desestabilizar gobiernos.

El problema es que saliendo de donde sale la iniciativa más parece que se trate de una herramienta para censurar las verdades que cuentan los medios de comunicación críticos, que para perseguir las mentiras interesadas que pueblan la red.

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Si ese ministerio de la verdad surgiera de un ejecutivo verosímil, coherente, podría discutirse la conveniencia de que implantara esta comisión dirigida por sus propios responsables de comunicación, como ha hecho, para decir lo que es cierto y lo que es falso, y actuar en consecuencia. Pero que lo haga el gobierno del presidente español que más falsedades ha acumulado desde que ganó las elecciones, capaz de desmentirse a sí mismo una y otra vez con una naturalidad vergonzosa, genera un cierto cachondeo. Es como si nombran a un pirómano desatado, quemando bosques impunemente un día sí y otro también, para dirigir un curso sobre cómo prevenir el fuego.

El mismo presidente que quiere acabar con la mentira es el que negó reiteradamente que no pactaría con los nacionalistas vascos ni los independentistas catalanes, que no dormiría tranquilo si gobernaba con Iglesias, que existía un comité de expertos para decidir sobre las normas de la pandemia, el mismo que falsea el número de muertos en España, o más recientemente, el que ha dicho que no podía bajar el IVA de las mascarillas porque Europa no se lo permitía. Un ministerio de la verdad que es su enésima mentira.