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Los diversos y dispersos usuarios habituales de los caminos que confluyen en el archifamoso cruce de Rafal Rubí-Alcaidús han dicho que la línea continua de la carretera no es una solución sino un problema. Junts per Lô, el grupo que integra los mismos partidos que el gobierno de línea continua viene a decir lo mismo.

El desmarque de este grupo tiene razones locales de utilidad y pragmatismo frente a la borrachera ideológica de puente bajo cueste lo que cueste y caiga quien caiga.

La consellera que ha asumido la gestión de la cogorza ha dicho que si se derriba el puente no existe una alternativa más segura y, por tanto, la única opción es eliminar el cruce. Está aconsejada por los ingenieros y los juristas de la casa que, como dicen todos cuando no gobiernan, son los que han de diseñar los proyectos desde los conocimientos técnicos. Más o menos como la pandemia, que todos encomendamos a los expertos.

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Y los técnicos proyectistas han dicho lo mismo, la propuesta del puente es la mejor y más segura. Soslayar esa opinión significa retroceder en el parámetro más importante de las carreteras de hoy y del futuro, la seguridad.

El año pasado, con uno de los flujos de vehículos más elevados, marcó un hito al no anotarse ningún accidente mortal en las carreteras interurbanas. En el conjunto nacional fue también el año que menos muertes registró. La nueva tecnología tanto en infraestructuras como en vehículos son factores de la mejora de la salud vial.

Hace poco Abertis e IBM sellaron un acuerdo para potenciar, a través del programa Road Tech, la seguridad de autovías con un ojo puesto en la sostenibilidad y el desarrollo tecnológico. Entran en juego mucho más factores que el manido consumo de territorio que nos atrapa en la carretera talayótica en vez de mirar con confianza al futuro.