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Ha quedado la sensación que estamos en manos de profesionales de gestión que adoptan decisiones no siempre fundamentadas en el rigor exigible para que sean mínimamente comprensibles. Esa sospecha es la consecuencia de que ni ellos ni sus superiores jerárquicos se dignen a explicarlas pese a que se trate de una administración pública que todos costeamos.

Un nuevo ejemplo de esta afirmación encaja con la crisis ocurrida en el Hospital Mateu Orfila que se prolongó por espacio de nueve días y tres horas hasta que se resolvió aparentemente y todo volvió a la normalidad, aunque no haya sido así.

Las movilizaciones a las puertas del centro hospitalario en defensa del jefe de cuidados intensivos convirtieron al principal referente de la sanidad menorquina en noticia de alcance nacional, con el Govern de perfil en medio del soberano escándalo.

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La división interna se mantiene, tanto como el enfrentamiento tácito entre gerencia y directora médica, por una parte, UCI y junta de personal, por otra, incluso en las malas caras y saludos forzados o inexistentes en los pasillos y dependencias comunes del centro.

A todo ello los sindicatos sostienen la petición de cese de los dos cargos, aunque la conselleria, dos semanas después del carpetazo teórico al conflicto, ha hecho un ejercicio de autoridad poniendo en valor el trabajo de los dos altos gestores del Hospital y recordando a la junta que es al Govern a quien corresponde nombrar o cambiar a las personas que ocupan estos cargos.

Esa manifestación pública de autoridad, sin embargo, no ha incluido ni una sola explicación que permita clarificar las causas que llevaron a Julià a anunciar el cese de Fernández-Cid, ni tampoco las que provocaron el drástico giro a la situación para dejar las cosas como estaban. Mientras no se explique el desencuentro seguirá latente.