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He visto en el diario de ayer una foto de la autoridad municipal de Es Castell en lo que fue el Salón, símbolo de una época. Lo ha comprado el Ayuntamiento por casi 400.000 euros y piensa darle utilidad instalando allí oficinas municipales. Si hubieran permanecido un ratito en silencio tal vez les habría llegado el eco lejano de la sublime imitación de Montserrat Caballé y Freddie Mercury cantando «Barceloooooona» a cargo de Andrés Ferrer y un compañero.

El edificio en sí mismo ya solo es un recuerdo y el escenario del teatro un emblema del ambiente de copeo y espectáculo de transformismo que durante años animó la noche menorquina.

Mientras la incomensurable vocación de Andrés tuvo cuerda ofreció un espectáculo único, irreverente cuando era preciso, divertido siempre, diferente a los comerciales teatros de varietés de las grandes capitales.

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No era mejor, tampoco peor, el Salón era simplemente otra cosa, un lugar en el que relajar con buen humor el trasiego de la semana laboral. Solo la predisposición a la juerga de unos y de otros, los que preparaban los números en su tiempo libre bajo el ánimo del alma mater y los que acudían con el ánimo exclusivo de pasar un buen rato hacían posible la vida del Salón.

Al igual que Los Parranderos son señas de identidad de Es Castell, una población necesitada de elementos que refuercen su personalidad. Ambos son ahora patrimonio a su manera de Es Castell. El paso del tiempo es fulminante, se fue Floreal, uno de los componentes señeros del grupo de guitarras y cerró hace más de una década el Salón, pero ambos han dejado memoria en dos generaciones de menorquines.

El Ayuntamiento ha hecho un gran esfuerzo por retener parte de esa memoria, ha comprado el continente, pero el contenido, los espectáculos, como las golondrinas de Bécquer, esos no volverán.