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Recordando a Emili de Balanzó, a quien le gustaban los artículos risueños. Y me lo hacía saber.

Cuando aparezcan estas líneas estaremos en plena segona festa y me estaré acordando de las comidas en casa de mi abuelo Jaume Barber al que solo conocí siendo muy niño, de aquella felicidad nada impostada, no en vano los hermanos, mi madre y mis tíos Toni, Tiago, Juan y Rita se llevaban muy bien, y mejor aún con mi padre, su amigo antes que cuñado. Es como si estuviera viendo el engalanado comedor y el azacaneo de mi abuela Magdalena con los canelones o el pollastre farcit, lo que tocara aquel año. Sentimientos ambivalentes se cruzan en la Navidad, a mí siempre me faltaban mis primas (más bien hermanas), exiliadas en Denia primero y en Lleida después. Hoy sigo añorando con pugnacidad a las dos que se fueron tan cruelmente pronto…

Escribo estas líneas el día de la Lotería, que era y es el toque de corneta para el comienzo de las fiestas. Uno no es jugador y no paso de tres décimos de sitios que frecuento, el más ineludible, «Es Diari». Pero nada es como antes, cuando a los colaboradores nos llamaba Juana Fiol (¡Cordialísimas felicidades a su padre, mi querido amigo Biel, quien siempre me recuerda en pantalón corto transitando por las dependencias del Diari!), para reservarnos un número. Ahora tenemos que buscarnos la vida para hacernos con él. Luego se me olvida comprobarlo, porque nunca he ganado y sé que de haberlo hecho ya me habría enterado…

¿El componente religioso de las fiestas? Ha perdido peso, ciertamente, pero haberlo, haylo, al fin y al cabo, se conmemora el nacimiento de Jesús de Nazaret uno de los personajes más influyentes en la humanidad, si no el que más. Creo que mis hijos no acaban de entenderme cuando, pese al agnosticismo que profeso (nada militante, a veces me descubro hablando con Alguien), me confieso cristiano de formación y convicción. El consejo de perdonar las ofensas me ha inmunizado contra cualquier tipo de rencor, aquello de «quien esté libre de pecado que tire la primera piedra» me parece tan genial como revolucionario; lo de poner la otra mejilla me cuesta más, pero ayuda a la necesaria contención; por otra parte, no creo que haya necesidad de amarnos los unos a los otros, pero sí de respetarnos (¿cómo va a amar uno a los madridistas si siguen ganando, glaciación tras glaciación, mientras los tuyos languidecen?) y tratar de ser buenos vecinos de travesía cósmica…

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¿Nochebuena? Mi mujer, aragonesa, no se podía creer que aquí fuera una celebración secundaria, con picoteo, misa del Gallo y a dormir, y que lo realmente euforizante fuera es dinar de Nadal, el brou amb galets i pilotetes, el bullit, el capó farcit. ¿Consecuencia? En efecto, ahora celebramos Nochebuena y Navidad y uno se ha acostumbrado con el mejor de los talantes y mucho Omeprazol. Peor llevo los de los regalitos que van en contra de mi firme creencia en los Reyes Magos como garantes exclusivos de la franquicia de los obsequios. No veo por qué tienen que duplicarse. Papá Noel no pinta nada aquí, como el Halloween o el Black Friday. Intento negarme a todo eso, pero es difícil nadar contra corriente…

¿Belén, árbol? Ambas cosas, por supuesto. Para el belén voy, desde hace años, con mi nieta al jardín para recoger un poco de verdet (musgo) y nos esmeramos luego en colocarlo en una repisa. Este año han desaparecido inexplicablemente los Reyes. Tras unas infructuosas gestiones con un amigo que vive en Abu Dabi, Inés y yo hemos decidido comprar otras figuras de Melchor, Gaspar y Baltasar, para ir acercándolas día a día a la solución habitacional que dieron las autoridades de Belén a María, José y el Niño. Y hablando de reyes, a mis hijos también les cuesta comprender mis explicaciones sobre la cuestión monárquica, pese a que creo tenerla muy clara: filosóficamente me declaro republicano, pero entiendo que la monarquía le ha ido muy bien a este país, ha sido un factor moderador y unificador, y les pongo el ejemplo de las ‘repúblicas coronadas’ del norte de Europa, países democráticos hasta el tuétano, y avanzados en políticas sociales como nadie en el mundo.

Así que, entre unas cosas y otras nos plantamos en el dinar de Nadal, precedido de escopinyas i corns y culminado con el turrón de yema de El Turronero pese a que tampoco le gustan los turrones a mi familia, pero como patriarca no cedo ni un milímetro, y allí están en el lugar de honor del postre como desde tiempo inmemorial… Pobrecillos, qué trabajo tan arduo tratar de comprender a un padre que se las da de moderno siendo un tradicionalista de tomo y lomo, tan agnóstico como cristiano, republicano coronado, rojo de derechas, y que para colmo se duerme a los cinco minutos del telediario. Mesquinets…

PS.- Ah! Y no olvidéis la mascarilla para discutir con los cuñados, y mejor si la distancia es sideral…