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Enfilamos los últimos días del annus horribilis con unas ganas tremendas de despedirlo, entre el caos de convivientes, allegados, número de comensales a las mesas, toques de queda y niveles de restricciones de todos los colores. Y con un rayo de luz al final del túnel en forma de vacuna. Pero inmunizar a la población, ya nos lo advierten, va a ser lento. Recuperar la vida de antes también. Mientras tanto no queda más remedio que, por parte de los ciudadanos, extremar la prudencia, y por parte de las autoridades, ser rigurosos en los controles de todo aquel que llega a nuestro territorio. Controles en cascada, que empiezan porque no sea aleatoria la petición del diagnóstico negativo a los que llegan en vuelos internacionales, sino que se exija a todos y cada uno. La Delegación del Gobierno asegura que esto se ha hecho así con los vuelos que enlazan Reino Unido y Mallorca y así debería continuar, porque de lo contrario Palma puede ser un coladero y un riesgo de expansión de nuevas cepas a las otras islas, ya que no se exige PCR negativa cuando se vuela entre los aeropuertos de la provincia.

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Necesitamos que exista movilidad para salir de la crisis económica que acompaña a la sanitaria, pero que sea segura. Por otro lado, para que los residentes que viajan a las islas lleguen con el diagnóstico negativo hay que velar porque los laboratorios concertados sean diligentes en la realización de las pruebas y la entrega de los resultados de las mismas. En algunos casos esos resultados de las PCR realizadas en origen, con el comprobante del vuelo entregado, no han llegado a tiempo para el viaje, un problema que los residentes han podido resolver con el test de antígenos a su llegada. Pero lo cierto es que una prueba cuyo precio medio ronda los cien euros y que paga la sanidad pública balear no habrá servido de nada si llega tarde al mail del destinatario y nadie lo verifica. ¿Se abonará igualmente? Debería de articularse la manera de controlar si hay pruebas que se han hecho pero en realidad no han servido para su objetivo. En el río revuelto de la pandemia hay quien pesca y gana.