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No pongas tus sucias manos sobre Mozart’ fue primero un artículo y luego el título de un libro de Manuel Vicent en el que comentaba que la tolerancia de los padres progres de los 80 con sus hijos tenía como límite valores sagrados, en este caso la música de uno de los grandes, incompatible con el botellón adolescente.

Me da que el debate sobre la renovación del poder judicial evoca aquella creación literaria del autor valenciano ante la obsesión expresa de Pablo Iglesias de echar mano a las togas. En el documento base para el acuerdo de gobierno con el PSOE planteaba que el presidente del Tribunal Constitucional y los miembros del Consejo General del Poder Judicial fueran designados, además de por mérito y capacidad, por su «compromiso con el programa del Gobierno».

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Al fondo se aprecia la meta, que la Justicia dependa del Ejecutivo, que sea una terminal más del poder único como ocurre en países afines a la política de Podemos. No puede llevarlo a cabo de momento porque las leyes de desarrollo constitucional, como la del poder judicial, mantienen el espíritu de consenso y exigen la aprobación de las tres quintas partes del Congreso y del Senado. Ahora, aprovechando el papel de Sánchez portavoz de Iglesias, pretende ir por el atajo de cambiar la ley para rebajar esa mayoría y hacer una a su medida para el control de los jueces. La Fiscalía General del Estado ya es un brazo del Gobierno.

La diferencia con respecto a otras disputas políticas es que esta afecta a la base del sistema de contrapeso de poderes que formuló Montesquieu. Si el poder judicial, que ya es dependiente del poder político, que es quien designa a sus miembros, sigue perdiendo independencia, adiós a la división de poderes y patada a “El espíritu de las leyes”, la obra capital que ha sustentado más de 200 años de democracia en todo el mundo.