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Cuando lea este artículo -gracias por hacerlo- será día cinco del 2021. Ese día de noche mágica en la que, invariablemente, tu padre, En Lluís, tu hermana Asunción y su hija pequeña Marta, os dabais un hermoso garbeo por las calles de Mahón aguardando la llegada, siempre con tardanza, de esas Majestades que iluminaban los ojos de tanto niño, dibujando así uno de los más hermosos lienzos del año, de la ciudad. Ver a esos pequeñajos preguntando a sus padres, a sus abuelos, a sus tíos, a quien fuera, por ese juguete pedido o inquiriéndoles sobre si ese paquete, ese sí, verde, sería el suyo o no, se mudaba en algo esperanzador, brillante, capaz de acabar con las sombras de algunos, de demasiados, quizás. Tampoco faltaba, y a pesar de eso, el temor permanentemente infundado de algunos chavales: «M’hauran dut carbó?» La noche, esa noche, se les hacía eterna a los peques y, probablemente, muchos de ellos realizaban una ingenua revisión de vida mientras aguardaban el alba tan anhelada… «No debí insultar a mi hermana…» -se dijo, tal vez uno-. «Debería de haber estudiado más…»

Al alba se hacía realidad nuevamente lo ya sabido: los Reyes no eran rencorosos y dominaban el difícil y salvador arte del perdón…

Hoy mi padre no está entre vosotros y Marta ya es una mujer adulta con dos hijos, Unai y Jana, encantadores, a los que les ha sabido transmitir esa ilusión que muestra el lado más hermoso de la vida… Cada día cinco recuerdas a En Lluís y esos paseos que olían a gloria…

Y, como adulto/niño, hoy, esperas tú, igualmente, algunos regalos intangibles pero valiosísimos. No tanto para ti como para tu sobrinos/as y para sus hijos e hijas, para la gente a la que, en definitiva, y a diferencia de ti, le queda un largo trayecto todavía… Uno de esos obsequios es prioritario y fácil de adivinar. Que el covid os devuelva los besos que os robó, la ternura de un abrazo, el tiempo libremente utilizado, los cines, el libre albedrío, en suma. Incluso la capacidad de preguntaros -y de averiguar- qué hay verdaderamente detrás de todo eso. Una cuestión que, no siendo baladí, muchos curiosamente obvian. Descubrir, sí, cuál es la raíz del mal para que, al menos, con la verdad a cuestas, os resulte más fácil sobrellevar esta pesadilla y combatir en esta guerra oscura en la que, por no saber, no sabéis ni quien es el enemigo y en la que os han metido. De no hacerlo, estáis expuestos a que, tras esto, os llegue, en cualquier momento, otro virus y esto se convierta en el día de la marmota…

Y ya puestos, solicitarás/solicitad la regeneración de vuestra clase política para que se vuelva ejemplar y ejemplarizante, para que aprenda a argumentar y deje de insultar, para que sea capaz de socorrer al otro, aunque ese otro sea la oposición y viceversa, que no escandalice con tanta prebenda y tanto sueldazo, que…

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Que se zanje la corrupción de la clase dirigente, pero también la vuestra, propia e individual, que no por insignificante, deja de serlo: desde el que paga y/o cobra en negro hasta el que aparca en un estacionamiento reservado para minusválidos, sin serlo…

Que acabéis con la pena de muerte, sea ésta del tipo que sea, aunque aparezca, frecuentemente, disfrazada de misericordia, esa misericordia que oculta, puede, intereses económicos o la comodidad estatal/personal…

Que no construyáis con las lenguas, muros, sino abrazos…

Que desaparezca por cualquier resquicio el racismo o la animadversión. Y que veáis en el que discrepa no a un enemigo, sino a quien, simplemente, ve la realidad con otros ojos…

La lista sería interminable. ¿No les parece?

Lo curioso es que -lo sabes-, probablemente recibirás la misma decepción que recibiste cuando, siendo niño, pediste un ‘Scalextric’ y sus majestades, en una posguerra más o menos latente, no pudieron satisfacer tu ruego… Los regalos por ti pedidos, por añadidura, no dependen de esos Reyes bonachones y constantes, sino, en gran medida, de vosotros mismos. Y son factibles. Sólo falta arremangarse y meterse en faena…