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Menuda panda de golfos. De irresponsables. De saltimbanquis. De embaucadores. De maleantes. De todas y cada una de las palabras feas que pueda salvaguardar el torturado y manoseado diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Acabadas en –es, en –as o en –os… O como les salga de la punta del lápiz. El anuncio de que en Cataluña todas las medidas para frenar la covid-19 quedarán pospuestas para que los ciudadanos puedan acudir a los mítines políticos es una de las mayores faltas de respeto y estupidez que puedo recordar.

¿El virus no se propagará en una reunión para escuchar al charlatán de turno? Aunque se tomen las medidas correspondientes, acaso ¿es un mitin político algo suficientemente importante como tener unas concesiones que no se le otorga, por ejemplo, a la hostelería? Esta doble vara de medir debería preocuparnos porque es ilógico. O bien, porque el nivel de las personas que toman estas decisiones es rematadamente bajo, o porque –una vez más queda demostrado- el que gobierna lo hace con muchos intereses.

Conozco a mucha gente ligada a la hostelería y me consta que lo están pasando fatal. Puestos a tomar medidas estúpidas, vamos a tomar decisiones que estén a la altura. Propongo que, los que puedan, organicen elecciones en sus comunidades de vecinos y que se presenten tantos candidatos como mítines se puedan organizar. Y que se hagan en los restaurantes, una campaña como las de antes, bien regada con su cerveza y su vino y acompañada de un piscolabis. Suena estúpido, ¿a qué sí?

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Cada vez estoy más convencido de que los que comandan, además de tratarnos como a estúpidos, se piensan que lo somos. Y lo que es peor aún, nuestra inacción ante estas medidas, a ratos, parece que lo confirma. De un tiempo a esta parte ya se ha agotado el margen de «esto no había pasado nunca y hay situaciones nuevas», «cómo lo hubiese hecho si gobernase este o aquel», «hay que dar un voto de confianza»…

Ahora ya no tienen ni la poca vergüenza de disimular cuando nos intentan tomar el pelo. Les da igual. Les hemos dado tanto margen que ahora hacen lo que les da la gana con nuestro consentimiento. Que el responsable de Sanidad emule a las ratas que abandonaban un barco que se iba a pique, roza lo criminal, un ejercicio de irresponsabilidad que solo deja dos lecturas. O es un inútil –«Por su obra lo conoceréis», Mateo- y lo han apartado del ministerio, o es un miserable. Y el que lo consiente también.

Es alucinante que nadie pueda poner freno a semejante desfachatez y que nuestro destino esté en manos de gente que ni está a la altura, ni les importa las consecuencias. Pero hay que ir a los mítines.

dgelabertpetrus@gmail.com