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El listillo, como el señorito o el cerdo, lo es de raza o por circunstancias sobrevenidas. Digo listillo porque es la definición más repetida que he encontrado en los medios para referirse a todos aquellos cargos que sin ser población diana, la señalada para estrenar el proceso de vacunación, han recibido ya la primera inyección de la esperanza. En Menorca, se ha descubierto un concejal de Mahón entre esa peña y faltan por aflorar los que se colaron entre el personal del Mateu Orfila. Algunos de ellos, según me cuentan a la espera de conocer el listado, son naturalmente afines a la autoridad gubernativa.

Enric Mas es probablemente un listillo involuntario, él no quería, dice, y fue la enfermera -que bien que siempre haya terceras personas a mano- la que le presionó para pasar por la aguja, según contó ayer la consellera de ojos claros responsable de la salud balear. En Ciutadella, en la misma situación, la enfermera no insistió tanto a la regidora de la cosa y se ha evitado un marrón.

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Mas sería así un pecador inocente, pero pecador al fin y al cabo. Más o menos como otros alcaldes, concejales, directores de hospital y hasta un fiscal que también fueron pecadores de buena voluntad -para aprovechar las dosis, decían- y, a continuación, dimitieron. No cabe en estos renglones la lista de todos ellos. El PSOE comenzó dando la baja a los listillos y aquí ha extendido un manto de protección en el que ha colaborado hasta el gerente del Hospital. Aquí sí que ha habido presiones irresistibles.

Hay pocas reglas ya para salvaguardar la credibilidad que le queda a la política y esa es una de ellas. Al concejal, por listillo o por sobrevenido, le han dictado el liberum mortis arbitrum, la libertad para elegir el tipo de muerte, entendida por dimisión, como hace dos milenios recibió y aceptó son serenenidad estoica Publio Clodio Trasea Peto. Si a estas horas no se ha ido todavía, ya está tardando.