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A Remedios, que en realidad no se llama Remedios, aunque debería…

A pesar de que su vida no fue fácil, jamás acudió a un psicólogo, ni le lloró a un amigo, ni pisó ningún bufete de abogados… Ella confiaba, más bien, en lo que denominaba la «chispa», esa idea brillante que, súbitamente, afloraba desde el extraordinario paritorio neurológico. Era lo que, en los tebeos de vuestra infancia, se representaba, gráfica y acertadamente, como una bombilla encendida… Curtida en mil guerras, valiente, solidaria, trabajadora, Remedios sostenía que el refrán de «a grandes males, grandes remedios» no dejaba de ser una falacia. Y lamentas la inevitable repetición del término «remedios». «Nos angustiamos buscando soluciones complicadísimas a los problemas magnificados, cuando los arreglos son, por lo general, muy sencillos» –te dijo un día, convencida-. No era una frase, sino una praxis ejercida, con asiduidad, en su vida.

Así, Reme estaba hasta las narices de que el vecino del cuarto le tirara a su patio de luces todo tipo de deshechos. Algunos, inconfesables. Educada, Reme optó por hablar con el guarro de los cataplines. Sin éxito. Posteriormente se entrevistó inútilmente con el presidente de la Comunidad (que vendía pero no limpiaba pescado) y con el administrador… Cayó finalmente en la desesperación, hasta que un día, abriendo su buzón, la «chispa/idea» acudió en su ayuda. A partir de ese momento, Reme recogía, con guantes de látex, la basura que le agenciaba su compadre del último piso y la depositaba cuidadosamente en una bolsita de plástico que luego introducía en el casillero del desalmado… Ese desalmado que no tardó en personarse en el domicilio de la mujer para censurarle su actitud. Reme, con tono pausado, pero firme, le espetó a su irritado visitante: «Mis padres me enseñaron que debía devolver todo lo que no fuera mío. Es lo que, simplemente, he hecho con usted…» A partir de ahí su patio de luces permaneció aseado, limpio, tranquilo, con sus penumbras y tenues rayos de sol que apenas osaban penetrar por entre sus interioridades repletas de geranios y orquídeas…

Así, también, cuando algún niñato, inculto y manipulado, le vociferaba consignas a favor de una libertad de expresión que, curiosamente, ya ejercía, Reme comenzaba a insultarlo… El niñato, entonces, ¡natural!, se irritaba y, en ese preciso momento, con una sonrisa entre plácida e irónica, a Reme le bastaba con exclamar: «¿Lo ves, chaval? ¿Lo ves?»

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Y no omitirás -lo sabes- la anécdota del butano. Llamaron a la puerta de tu protagonista. Al abrir, Reme se quedó estupefacta. Ante ella se encontraba doña Pija (que tampoco se llamaba Pija, aunque debiera), una jovencita que tenía por costumbre no saludar a ningún vecino. La susodicha le rogó a la mujer curtida: «O sea, tía, que, verás, me he quedado, o sea, sin butano y que a ver si me prestas, o sea, me dejas una botella de gas, tía…» Doña Reme (¡ya hemos hablado de su exquisitez y elegancia!) le dijo que sí, que no faltaría más… A lo que añadió: «Por cierto, doña Pija, me acaba usted de dar una enorme alegría». Doña Pija puso cara de bobalicona y le preguntó a Reme: «Por fi, por qué se ha alegrado…» Y Reme remató faena: «Verá, es que como usted no saluda a nadie, en el vecindario pensábamos que era muda».

Cuentan las lenguas de doble fila que, a partir de entonces, doña Pija rehúye la presencia de la Reme, como si del demonio se tratara…

Visto lo cual rogarías a quien corresponda que tenga en seria consideración hacer lo posible para que la Reme llegue a la Presidencia del Gobierno. Porque su «chispa», dado el patio actual, se muestra como algo auténticamente salvador, esperanzador. Por otra parte ya toca que una mujer os dirija el cotarro… ¿No les parece?

P.S. - Cualquier parecido de los hechos aquí narrados con la realidad no es coincidencia. Esos hechos se dieron. Solo se han modificado los nombres. Y es que, como dijo Dumas, escribir únicamente consiste en salir a la calle y observar. En ocasiones, incluso, basta con un rellano…