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El 23 de febrero de 2021 se cumplió el 40 aniversario de aquella asonada militar que llenó después de vergüenza a quienes habían participado, que quisieron acabar con la democracia que tanto costó y tan poco habría durado. Hoy aún quedan los rescoldos de aquella flamarada que llenó el Parlamento y el país de estupor, vergüenza y miedo. Solo tres hombres permanecieron en sus escaños sin echarse al suelo: Adolfo Suárez, Santiago Carrillo y el general Gutiérrez Mellado, al que ni siquiera consiguió tumbar con una llave, zarandeándolo, un fornido guardia civil, pasando con aquel lamentable episodio a convertirse en el espíritu con el que no habían podido los golpistas.

El otro día preguntaban en programas de televisión: ¿y tú dónde te encontrabas el 23-F? En mi caso recuerdo, como si hubiera sido ayer mismo, dónde estaba, que era reunido en el edificio de la escuela de la fábrica textil más grande de España y de las más grandes de Europa: la Seda de Barcelona en su sede de Alcalá de Henares, como miembro del comité de empresa del que años más tarde me nombrarían presidente y miembro del comité intercentros por tener el emporio textil dos fábricas más en Barcelona y la sede de sus oficinas en la calle Vía Augusta, compuesto por un bloque de varias plantas. Al día siguiente, a primera hora en el puente aéreo, cogía un avión con destino a la ciudad condal, estando aun el Parlamento secuestrado. A decir verdad, en Barcelona ni me esperaban. Quiero añadir, como detalle de cómo era la situación, que jamás había cogido un vuelo Madrid- Barcelona con menos gente a bordo, no más allá de 10 o 15 personas.

Mucho ha sido lo que se ha publicado y barrunto que aún queda por publicar de aquella ‘calentura’ de Milans del Bosch, Alfonso Armada y Antonio Tejero. De aquel 23 de febrero de 1981, de lo poco que se sabe no se ignora que al teniente coronel Antonio Tejero, se le ofreció un avión para huir al extranjero. Por lo visto se negó alegando que se mareaba. Otro detalle sobre el que confieso que nunca había leído nada, ha sido llevado a cabo según parece, por el diario «El País», o por lo menos con ese nombre lo he encontrado, tanto en ese periódico como en internet, donde en un recuento de la intendencia del Congreso, se reseña que se consumieron aquella noche (anoto solo lo referente a bebida): 208 botellas de alcohol de alta graduación, 35 botellas de bitter, 16 cajas de Coca-cola, 7 cajas de tónica, 16 cajas de cerveza, 19 botellas de champán, 19 botellas de vermut, 40 botellas de vino para aperitivo, 12 botellas de licor, 24 botellas de brandy, 18 botellas de ginebra, 22 botellas de whisky, 4 botellas de ron, 3 de vodka, 24 botellas de vino tinto, 9 de vino blanco, 14 botellas de vino rosado, 4 botellas de champán Möet Chandon, 2 botellas de cognac Martell, ambos franceses.

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Las despensas del Congreso quedaron arrasadas. Un periodista que fue testigo asegura que cada uno iba pagando su consumición pero al final de aquel esperpéntico episodio, el dinero había desaparecido. Luego vino lo del desayuno, donde parece que solo Blas Piñar aceptó, entre todos los diputados, la bolsa del desayuno que le ofrecían.

Después de ver la gran cantidad de impactos de bala (35) que como testimonio permanecen en el hemiciclo, personalmente creo que es verdad lo que se dijo: que aquella larga noche, Dios estuvo de guardia. Porque con una tropa armada y hasta las cejas de alcohol, un milagro fue que allí no se organizara una masacre. Además, se supone que irían enardecidos porque quienes llevaron allí a 288 guardias civiles y 113 militares de la División Acorazada. Estos últimos al mando del comandante Ricardo Pardo Zancada.

Tristísimo lo que pasó el día que se recuerda como el 23-F, del que hasta la presente se ignoraba, por no haberse publicado, lo mucho que aquella noche se bebió. Una verdadera barra libre, y por cierto, muy abundante.