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Si nadie pone remedio a esta deriva lamentable, estamos a un telediario de que el derecho a la libertad de expresión ejecutado con toda suerte de violencia frente a la policía catalana, acabe siendo calificado como «un conflicto». De seguir así, con esta condescendencia de la clase política que gobierna Barcelona y Catalunya, acabarán llamándole una confrontación entre los que están legitimados para el uso de la fuerza, es decir, los Mossos d’Esquadra y los otros cuerpos de seguridad por un lado, y los jóvenes organizados para causar actos vandálicos, por el otro. Las diarias concentraciones en la vía pública desde el encarcelamiento del rapero Hasél ya han provocado más de un millón de euros de pérdidas por destrozos en comercios y mobiliario urbano, además de haber atentado contra la vida de los agentes, en algunos casos.

Dado que en las protestas, que serían loables si se desarrollaran sin incidentes, los manifestantes mezclan al poeta urbano (?) con la animadversión a la monarquía, la «represión» del Estado y toda suerte de cantos próximos al independentismo, los moradores de la Generalitat y el Ayuntaminto se frenan a la hora de condenar sin reparos tamaña violencia.

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Cuentan para ello con el brazo de la televisión pública catalana, capaz de dedicar la apertura de uno de sus informativos no a mostrar la actuación salvaje de los jóvenes sino a cuestionar la praxis policial para tratar de neutralizarlos, puesta en entredicho por representantes de los partidos a la izquierda. Después de esa larga pieza informativa, entonces sí, TV3 informó de los nuevos atentados a las tiendas del Passeig de Gràcia, quema de motos, contenedores, papeleras... y saqueo de comercios.

Si a estas alturas, tras lo presenciado, todavía hay que cuestionar el método de la policía antes que la guerrilla urbana protagonizada por estos bárbaros, no hay solución posible más que observar la degradación de la ciudad, icono turístico que destruyen entre todos.