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Al principio, cuesta creerlo. Han pasado ya 365 días desde que España entera se paralizó, desde que dejamos de ver cómo otros países se desmoronaban para desmoronarnos nosotros también. Hay quien dice que hemos perdido un año, otros –demasiados- han perdido la vida y ahora el mayor riesgo que corremos es el de normalizar la situación que conlleva lo de convivir con el virus.

Echando la vista atrás acongoja ver cómo hemos cambiado. Aquellos primeros días de confinamiento cuando derrochábamos buen humor, ingenio y solidaridad, aquellos momentos en los que juramos y perjuramos que todo esto nos haría ser mejores, esos cambios de hábitos… Todo saltó por los aires y la incertidumbre tomó la delantera mientras nuestra realidad y nuestra normalidad se iba reduciendo a pedazos. Pasé miedo, lo reconozco, miedo por los míos.

365 días y el virus no se ha ido, ni hemos vencido, ni creo que podamos tener una normalidad lo suficientemente normal para que las próximas navidades las podamos vivir tranquilos. Me gustaría ser optimista, lo soy por naturaleza, pero respiro en el ambiente cierta comodidad con este tipo de situaciones. A alguien le va bien que haya toque de queda, que tengamos limitados nuestros movimientos y nuestra libertad. Que nos puedan imponer medidas que rozan lo absurdo porque están a años luz de las que nos imponían cuando la situación era más dramática.

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El problema es que no hemos estado a la altura. La pandemia era una oportunidad para recalcular muchas cosas y tomar decisiones consecuentes. Por ejemplo, replantearnos nuestras prioridades. Y como oportunidad que era, la hemos desaprovechado y todo este mal trago no habrá servido para nada. Tristemente para nada.

Quiero pensar que algo sí que habremos mejorado, ni que sea en pequeños detalles. Tan pequeños e insignificantes que se nos pasen por alto pero que a la vez nos influyan de alguna forma. Valoramos y cuidamos más de las personas que nos rodean, somos más conscientes de los comportamientos que pueden perjudicarnos o simplemente, hemos aprendido a aprovechar más algunas situaciones o momentos que quizá en otro tiempo pasaban de largo.

Yo, lo reconozco, he sido todavía más consciente de lo vulnerables que somos, de lo poco con lo que nos basta para sufrir. Yo me he propuesto organizarme más, no porque sea una forma de ganarle la batalla al virus, sino porque la covid-19 me ha demostrado que había cosas ordenadas desordenadamente en mi día a día que se tenían que desordenar ordenadamente para ser todavía un poco más feliz.

dgelabertpetrus@gmail.com