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Nada ni nadie está en condiciones de ponerse en la piel de las familias que han sufrido la pérdida de un ser querido y de su futuro hijo, un bebé al que le faltaban solo dos meses para nacer, como consecuencia de un accidente cruel, trágico, absolutamente desgarrador que nos ha sacudido a todos.

Fue el desenlace de una temeridad, de una conducción del tipo suicida a cargo de un joven que sigue con vida pero cuya responsabilidad y consecuencias le acompañarán siempre por el daño irreparable que ha provocado.

No fue este un suceso fortuito, tampoco una fatalidad ni el resultado de una alineación de causas convergentes que desembocaron en un siniestro con víctimas mortales. Fue el resultado de una conducta delictiva, desde cualquier consideración, por los agravantes del siniestro que no hacen sino elevar el grado de responsabilidad del autor que lo provocó. Conducía sin carné, había bebido y consumido drogas, huía tras haber golpeado a otro coche estacionado y adelantó, sin poder hacerlo, circulando a 130 kilómetros por hora como reflejó el velocímetro del coche que no era suyo sino de un conocido que asegura no habérselo prestado.

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El abogado de oficio que cuida de su defensa tiene ante sí una tarea tan desagradable como difícil porque a la condena popular inevitable le seguirá la penal.

Los comentarios de las redes sociales se han ensañado desde el sábado con el joven. Insultos, amenazas y los peores deseos para este hombre insensato que escapan a la reflexión y no pueden ser aprobados de ninguna manera pese al drama generado.

Él también ha destrozado su vida, aunque seguirá perteneciendo al mundo de los terrestres, al contrario que sus víctimas, como bien le indicó el juez tras escuchar su declaración.