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Con ese nombre, un poco peliculero y grandilocuente, han designado las autoridades de Gibraltar su retorno a la normalidad, no la nueva, sino la de antes, la de circular sin mascarillas y moverte libremente por la calle a cualquier hora del día o de la noche. Ciertamente después de más de un año de pandemia lo de Operación Libertad ya no suena tan pomposo, sino que es ajustado a lo que todos estamos deseando. Ver fotos de personas paseando sin la cara cubierta da envidia. Un concierto masivo como el ofrecido por «Love of Lesbian» en Barcelona cantando y bailando con la FFP2 puesta ya no apetece tanto, aunque tiene un enorme valor como estudio científico para ver si se puede empezar a recuperar actividades que se basan en concentraciones de gente. No obstante es curioso que con un test de antígenos rápido y una mascarilla puedas acudir a un evento multitudinario sin distancias y sin embargo no puedas salir de vacaciones. Volviendo al Peñón, ellos pinchan a ritmo británico, de unos 34.000 habitantes censados casi 28.000 ya tienen las dos dosis de vacuna, y otros tantos miles cuentan con la primera; también sus cerca de 15.000 trabajadores transfronterizos avanzan en la inmunización, lo que ha dado el impulso fundamental para liberarse de la mascarilla, de momento en exteriores, y acabar con el toque de queda. Ahora es uno de los primeros territorios del mundo en poder ir dejando atrás restricciones.

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Aquí se podría haber seguido un camino similar, por población y características obvias de aislamiento geográfico, pero bien sea por los problemas en las llegadas de las vacunas, por conflictos entre laboratorios y por la muy mejorable gestión de la Unión Europea, ahora mismo en la Isla aún vamos rozando el 5 por ciento de población inmunizada.

Mientras tanto llegan viajeros de zonas mucho más afectadas por la enfermedad, los controles entre islas no son obligados y seguimos inmersos en las contradicciones a estas alturas del lío.