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La decisión de recortar el nombre de Mahón es directamente proporcional al recorte de su personalidad y perspectiva. No parece casual sino correspondencia plena con la pérdida de peso socioeconómico, con el discurso flácido de los políticos de ahora y la ausencia de líderes locales como los que tuvo en pretérito que defiendan la dimensión histórica y el valor de un nombre.

No entiendo por qué se antepone la lingüística a la toponimia, tampoco lo discuto, es un criterio político, pero me sorprende que se quiera romper con el nombre de una ciudad que por sí mismo ha logrado más proyección y conocimiento que el territorio al que pertenece. No se trata de cambiar una letra para adaptarlo a la lengua propia, como Ferreries o Alaior, sino una mutilación, que se carga además el origen del nombre propio original, Magon, como parece comúnmente aceptado, para convertirlo en un sustantivo vulgar.

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En uno de los países probablemente más nacionalistas del mundo, Los Ángeles, San Francisco, Colorado, Las Vegas o Texas no han sido ‘normalizados’ porque el nombre forma parte de su origen y de su esencia, de la historia de Estados Unidos, que en absoluto renuncia a su identidad por mantener la toponimia original. Me da que allí discuten poco de normalización lingüística y se centran en cuestiones más pragmáticas. Seguramente, Es Castell debería llamarse hoy con evidente justificación Georgetown.

El alcalde Borja Carreras se negó a la pérdida de identidad de Mahón con la excusa de dotarla de menorquinidad porque nunca la ha perdido. Era una ciudad con recursos y servicios de pueblo, según la definió cuando la gobernó en los años ochenta, y ciertamente siempre se ha movido en el dilema de ciudad con estructura de pueblo o pueblo con pretensiones de ciudad. Ahí andamos aún, de regreso a la aldea.