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La función de los intermediarios está en crisis. Parece que se impone el trato directo, como si fuera siempre algo más económico incluso más fiable. La dinámica sinfín de la reducción de costes lleva a suprimir figuras que hasta hace poco aportaban seguridad y calidad de vida. El teletrabajo y la atención virtual suman a la misma tendencia. Es quizás uno de los efectos de la pandemia, que va generando otros virus sociales de difícil tratamiento. Por ejemplo, la distancia entre el médico y el paciente se ha agrandado. Ir a ver al médico cuando no era imprescindible podía ser un abuso, pero no ir por temor o por normativa es un error con consecuencias. Nuestro médico o nuestra enfermera son intermediarios entre nosotros y la salud que no deberían tener sustituto tecnológico. Si no se atiende bien la levedad será necesario responsabilizarse de la gravedad.

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Con el periodismo también existe la tendencia a prescindir de intermediarios, de periodistas. Es, sin duda, más cómodo para aquellos a quienes les molesta la buena información que les afecta. Suelen ser los que tienen cierto poder y responsabilidad social. Los periodistas incómodos son una especie que nadie protege. Hay quien está atrapado en las redes sociales y se alimenta de informaciones parciales, sectarias, incluso falsas y tiene la impresión que eso no le afecta en su vida. El periodista es el intermediario entre cada uno de nosotros y el derecho a la información veraz, un intangible que cada día tendrá más valor. Al menos para combatir, el enorme riesgo de tomar decisiones, incluso de votar en elecciones, en base a un relato falso, construido al margen del periodismo de verdad. En el ranking de profesiones de futuro y de carreras universitarias más demandadas, el periodismo ha desaparecido. Y sin embargo la profesión sigue siendo imprescindible.

Si ustedes van a comprar un solomillo de ternera ¿quieren que sea de calidad o les da igual que esté podrido? Pues eso también sirve para la información.