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Era una medida muy reclamada por los pacientes y esta semana ya es una realidad, la posibilidad de coger cita presencial con el médico de cabecera sin el filtro previo y sin tener que esperar otra llamada para explicar síntomas por teléfono. El cribado se mantendrá cuando exista una sospecha de que puede ser un paciente de covid-19, para que siga un canal diferenciado como no puede ser de otro modo, aún seguimos en pandemia.

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Los usuarios han estado quejosos todo este tiempo, era difícil el cambio, y los profesionales en algunos casos se han sentido incomprendidos y con doble agenda, la presencial y la telefónica. Nunca llueve a gusto de todos, pero ahora que se retoma la situación anterior, sí se puede decir que algo hemos aprendido. Se ha hecho quizás un mejor uso de las urgencias hospitalarias, primera lección, aunque es duro que sea por una crisis sanitaria sin precedentes; en el primer trimestre del año han descendido un 20 % en el ‘Mateu Orfila’ y un 38 % en los centros de salud. Otro aprendizaje es que muchísimas cosas sí se pueden resolver mediante una consulta telefónica sin necesidad de perder la mañana en una sala de espera atestada, porque los tiempos marcados por cada paciente, 10 minutos, son teóricos, en muchos casos insuficientes, y se acumulan retrasos, hay que echarle paciencia. Sin embargo, cualquier papeleo, un resultado de una radiografía o analítica, una renovación de receta para que se cargue en la tarjeta sanitaria u otro tipo de duda, se canalizan perfectamente a través de una llamada.

Por otro lado, es comprensible el temor de algunos médicos a que la apertura de agendas a la ciudadanía traiga riesgos, por la posibilidad de que se cuelen asintomáticos de covid, o implique perder la oportunidad de una reestructuración más profunda de la Atención Primaria. De momento este sistema mixto, con la opción de acudir en persona a resolver una cuestión de salud o tratarla por teléfono, merece una oportunidad y a priori, parece que será más satisfactorio para la gente.