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Hola Fulanito, ¿cómo está Menganito? Pues Menganito tiene un casoplón, un yate, una segunda residencia al lado del mar y una tercera al pie de la montaña, un coche de alta gama y un perro de raza muy exclusivo. Vale Fulanito, no has entendido la pregunta, yo te he preguntado cómo «está» Menganito, no qué «tiene». Sí, queridos lectores, ya sabíamos todos que vivimos en la sociedad del «tener» y no en la del «estar», y ya sabíamos todos que eso desemboca en más enfermedades mentales de las que podemos enumerar. Pero es que el tema pandémico ha multiplicado este efecto por cien, qué digo por cien, por mil, qué digo por mil, por un millón, y creo que me quedo corto.

Luego necesitamos micromeditaciones en vena, mindfulness pagado a precio de oro, coaches que manden mensajes de positividad con frases sacadas de los libros de Tagore o Pablo Coelho, lectores del aura para ver si estamos equilibrados con el Universo, terapeutas alternativos que nos extraen la mala energía con imposición de manos, o colocándonos en la espalda piedras volcánicas calientes para alinear nuestro chacras, cuando todos sabemos que los chacras van a su rollo y pasan bastante de las piedras.

Estamos enfermitos, es lo que hay, y somos carne de charlatanes y farmacéuticas, para vendernos cualquier cosa que suene exótica y revitalizante, o cualquier pastilla de la felicidad que nos haga dormir con la mente en blanco. Y no nos cortamos un pelo, nos podemos untar por la cara baba de caracol, meternos anestesia para quitarnos las arrugas, o irnos con un gurú a un retiro espiritual donde nos ponemos hasta las cejas de peyote creyendo que así encontraremos nuestro lugar en el cosmos. Estamos más para allá que para acá, porque el acá no mola nada.

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Y saben lo que más rabia me da, que una vez más nos echan la culpa a nosotros, que una vez más disimulan sus ansias de venta desbocada diciéndonos que tenemos que ser foodies y eco friendly, y que debemos ser emprendedores trabajando en coworking, financiados con crowfinding, viviendo en coliving, sintiéndonos freelance, motivando brain storms, y no sé cuantos anglicismos de mierda más para darle un baño de romanticismo a la precariedad, o directamente a la pobreza. No señores, la salvación del planeta no está en mis manos, está en las suyas, que tienen el poder y los recursos necesarios para hacerlo, bastante tenemos nosotros con sobrevivir dado el contexto tan brutal que ustedes están creando. A tomar por saco ya, hombre (si se me ocurre otra manera más políticamente correcta de soltarlo ya lo pondré en el próximo artículo).

La penúltima tomadura de pelo que nos quieren colar viene con la enésima subida de la factura de la luz. Lo que es cierto es que cada vez pagamos más por el suministro eléctrico, y que ni dios entiende el galimatías con el que fijan los precios. La nueva fórmula con horas valle, horas punta y demás zarandajas solo sirve, una vez más, para que nos creamos que la responsabilidad de pagar más o menos es nuestra. Pues lo repito, la luz es tan cara porque unos señores la privatizaron, se la vendieron a precio de saldo a sus amigos, los cuales les recompensaron generosamente dándoles puestos inútiles con sueldos de marajá cuando dejaron la política, esto es así.

Así que hagan el favor de dejarnos tranquilos, pueden que la victoria sea suya, yo que sé, pero lo que nunca más nos deberíamos tragar es la gran trola de que trabajan por nuestro bien, y no por el bien de su real culo. Hala, qué a gusto me he quedado. Feliz jueves.

conderechoareplicamenorca@gmail.com