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El tiempo es una variable medible pero incontrolada para la humanidad. La tecnología ha acelerado los procesos y todo parece más efímero, pero el tiempo es otra cosa, tiene su ritmo, paciente e infinito.

No se controla, pero en política se maneja y se convierte en elemento determinante, como la información. Lo llaman tempus, que suena más clásico y científico y consiste en elegir el momento o dejarlo pasar para, por ejemplo, desinflar un asunto espinoso y que se pudra, que es una forma de resolverlo por omisión.

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Cuando el año pasado le pidieron explicaciones a la alcaldesa de Ciutadella por la falta de previsión ante la aglomeración en el primer toc, ella dijo que comparecería voluntariamente y respondería a todas las preguntas en el pleno. Quedó bien, pero cuando compareció, el personal ya había superado aquel suceso y, como suele suceder, pensaba más en el próximo Sant Joan que en el pasado. Fue un buen manejo del tempus. Más o menos lo que ocurrirá esta vez ante la presión recibida para que dé explicaciones de los botellones. Cuando lleguen estaremos más pendientes de la llegada de británicos y el temor de que el respiro económico que traigan venga acompañado de riesgo de contagio de la cepa que ahora llaman delta.

El tiempo también es determinante en la Justicia, que tiene un tempus terriblemente parsimonioso por eso plazos y garantías. Luego ocurre que llega tarde y entonces ya no es justicia.

La Administración maneja el tempus como herramienta para favorecer o perjudicar discrecionalmente -más propio sería decir de forma arbitraria- a través de las convocatorias públicas. El Govern resolvió la concesión del varadero de Ciutadella hace más de tres años, pero retrasa la adjudicación definitiva sin motivo, por un manejo del tempus poco diligente, ergo, sospechoso por eso de que en política, habrá que repetirlo, nada es inocente.