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Por mi condición de tabernero me mantengo expuesto de cuerpo presente a viandantes locales y foráneos; muchos de ellos me conocen y algunos, al pasar frente a mi figón, me recuerdan mi prolongado silencio en esta columna que ha comenzado usted a leer, estimado lector. La razón de mi provisional mutismo no ha sido otra que la sospecha de que lo que me pasa por la cabeza no resultará grato a (casi) nadie. Tomo aire y lo suelto no obstante:

He vivido equivocado. Mi ira contra los amados líderes resultaba del todo inapropiada.

Vamos a ver: si un pringado confía en ti aunque le engañes setenta veces seguidas, te facilita una y otra vez sin rechistar los recursos económicos y sociales para que vivas con holgura mientras te ríes en sus narices recibiendo su aplauso y su voto, ¿no es humano -los humanos dejamos mucho que desear- seguir aprovechando circunstancia tan favorable? Conclusión: la culpa es enteramente nuestra. Por tontos.

Considerar que cualquiera de esos espabilados trepas que dirigen hoy día las cámaras, los grupos parlamentarios, los gobiernos, los partidos de la oposición, ministros y ministras, con su presidente y su canesú; considerar digo, que son uno «de los nuestros», y por ello defenderlos a capa y espada, es de un candor que movería a la ternura si no fuera porque ese candor alimenta y estimula a la sanguijuela que el amado líder piloto actual incorpora de serie. Y meto, creo que con propiedad, en el mismo saco a los sanchez y los casados, a los huérfanos del macho alfa podemita que andará buscando cómo rentabilizar su paso por el poder, no desde luego para reincorporarse a su piso vallecano sino para hacer buen uso de la puerta giratoria en busca de la Pasta con mayúscula. Meto en el saco a voxeros, rufianes y resto de pesebristas que trafican con consignas y repiten rancios mantras para permanecer en el cargo.

Cada uno de los electores que ha mostrado su consentimiento en forma de papeleta o aceptando mansamente la mentira y la demagogia, han hecho saber con ello a los amados líderes que sus fieles tragan con lo que sea, y eso les anima a seguir mintiendo y manipulando. La culpa es nuestra por tanto. Me incluyo por no resultar pedante, pero he de añadir que hace tiempo que negué voto y respeto a todos y cada uno de ellos.

Hoy he escuchado a un tertuliano radiofónico justificar el engaño de Sánchez con los recientes indultos (prometió en campaña no concederlos) con el desconcertante eximente de que los anteriores trileros también mintieron en campaña e hicieron lo contrario de lo prometido.

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La culpa vuelve a ser nuestra. En España, engañar al votante no tiene consecuencias.

Añadiré que sería recomendable que la capacidad de indultar, que se ha usado tradicionalmente para salvar el tipo a amiguetes que metieron mano en la caja y para pagar favores inconfesables, se someta en última instancia a la aprobación popular vía consulta vinculante.

Y conste que ni estoy a favor ni en contra (ni todo lo contrario) de los indultos a los amados líderes catalanes, a quienes tengo el mismo respeto (nulo) que al resto de charlatanes. Mienten igual, van a lo suyo igual, utilizan la fe del adepto igual que las iglesias católica y protestante la usaron en las guerras de religión. En la naturaleza del zorro está cazar gallinas, en la del amado líder vivir a costa del acólito.

Un día mi hija me leyó la etiqueta de una lata de comida para gatos que lucía en letra grande la atractiva leyenda «Atún y salmón con verduras». La letra pequeña, pero que muy, muy pequeña (mi hija -¡qué envidia!- es capaz de leerla) concretaba la composición: «subproductos de origen animal» 84%, verduras 0’8%. Imagínese el resto (supongo que piel de atún y raspa de salmón).

Los amados líderes no se comercializan en lata, pero si hubiera letra pequeña veríamos el porcentaje de subproductos de origen incierto o falaz que contienen.

Amigo lector, no, no son de los tuyos. Tú (permíteme el tuteo) simplemente eres su proveedor de legitimidad, su mecenas y su clá. El resto de tus asuntos (ojalá estuviera equivocado) les importan un carajo.

¿Comprendes ahora por qué callaba?