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La evolución de la pandemia se ha medido hasta ahora de acuerdo con distintos indicadores, uno de ellos, el de la incidencia acumulada de casos, ha marcado restricciones y desescaladas, pero no por sí solo sino siempre en relación a otros parámetros como la ocupación de los hospitales. Ahora la incidencia, que marca el ritmo de los contagios y que en Menorca lleva más de dos semanas sin freno, ha pasado a un segundo plano. Los epidemiólogos, esos ‘agoreros’ que amargan la fiesta a muchos y que predican en el desierto sobre mascarillas, distancias y mutaciones del virus, advierten que la incidencia acumulada, que en los jóvenes de 16 a 29 años supera los 3.000 casos por cada cien mil habitantes en Menorca, sí pasará factura a la sanidad, aunque ahora los hospitales no estén tan llenos. Aun así, 16 personas están ingresadas cuando hace poco más de dos semanas eran cero.

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Pero en plena temporada turística, políticamente ya no interesa escucharles. La incidencia se esconde, aunque la enfermedad circule, y el foco se pone en que no hay presión en las UCI, aunque la Atención Primaria no dé abasto entre pruebas y rastreos. No es momento de restricciones, dicen, –aunque tampoco lo era cuando Menorca estaba a cero casos y seguía encerrada–, pero lo malo es que cambiar el relato requiere que el interlocutor se lo crea. Lo comprobamos cada vez que Reino Unido actualiza su semáforo, o cuando Francia recomienda a sus nacionales no viajar a España o cuando Alemania da marcha atrás y coloca Balears en la zona roja. Dirigir la atención a que no hay tanta gente hospitalizada y enterrar el dato de incidencias es una estrategia, pero no evitará que el resto de países se fije en la tasa de contagios, dará igual que aquí se mire hacia otro lado minimizándola. El Centro Europeo para el Control de Enfermedades colorea el mapa de la pandemia y seguimos con el ‘marrón’ sobre nuestras cabezas, así que las medidas las acabarán imponiendo, con sus decisiones, desde el exterior.