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Una cuñada mía que me acompañó hace unos domingos a la Illa del Rei, quedó tan prendada de lo que vio que me pregunta insistentemente si los menorquines son conscientes de lo que tienen en sus manos. No tengo una respuesta convincente pues desde mi entusiasmo militante me cuesta comprender que haya paisanos que ignoren lo que se está cociendo en el islote del puerto de Mahón desde que, un domingo del ya lejano 2004 desembarcaran allí un grupo de padres peregrinos (me gusta denominarlos así en vez de «voluntarios jubilados que parecen entrañables secundarios salidos de una película de Berlanga», como decía con escasa gracia y fortuna el reportaje de «El País Semanal» ), y empezaran a convertir lo que era una isla de las ruinas en lo que es en la actualidad, una auténtica isla de los prodigios.

Algo así comentaba el otro día con mi colega oftalmólogo y amigo Juan García de Oteyza, sentados en la flamante cantina, el día que la galería Hauser&Wirth abrió para los voluntarios. Ambos nos confesamos no solo entusiasmados sino también emocionados y llenos de orgullo por haber aportado nuestro granito de arena, junto con la doctora África Menacho y la diplomada en enfermería Mercè Bagur, en la rehabilitación del edificio del antiguo hospital de sangre, con la puesta en marcha de una sala de Oftalmología, a la que solo falta rematar con la adecuada iluminación, ya casi a punto. La galería artística ha sido como el milagro de los panes y los peces: un prodigio que va a redundar en el progreso de Menorca a todos los niveles y una demostración palpable del poder del voluntariado y de la sociedad civil… Y ahora que la fantástica galería Hauser&Wirth ya está abierta al público y el acceso a la isla generalizado, confío en que desaparecerán las dudas de mi cuñada. No queda más que reiterar la invitación con una solemne reverencia: Pasen y vean la Isla de los Prodigios.

He tenido que llegar al honorable estatus de setentón para poder remontar el sorprendente cauce del riachuelo que desemboca en Cala Trebalúger, mi perla preferida de la guirnalda de joyas que es la costa sur menorquina. Lo hago con dos viejos amigos madrileños ( y madridistas, ¡ay!) y nos quedamos con la boca abierta. Los tres evocamos la película de Francis Ford Coppola «Apocalypse Now» y como los tres somos lectores inveterados,    nos remontamos al relato de Joseph Conrad, «El corazón de las tinieblas», donde se inspira el film, entre una insólita profusión de juncos a través de los cuales serpenteamos en la pequeña zodiac.

Como el trayecto y la luminosidad de una tarde espléndida, alejada de las tétricas secuencias de Ford Coppola, dan para una buena conversación, pasamos de la tenebrosa imagen entre juncos de Marlon Brando / coronel Kurtz bramando aquello de ¡El horror, el horror!, a comentar con buen humor sentencias peculiares, pornográficas declaraciones de don Florentino, o registrar nuevas diatribas contra el Gobierno (la última píldora es gloriosa: «Gobierno pornomarxista», allà và!) Pero en ausencia del coronel Kurtz, todo son sonrisas…

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Mis amigos madrileños no acaban de comprender la escasa afición marinera del escribidor menorquín. Pero se equivocan, sí la tengo: uno tiene su pasado marinero en Sa Lliga y en Cabrera, y siempre estoy dispuesto a que me inviten a pasar el día en el mar, costa ciutadellenca, preferentemente, y con un patrón avezado…

Volvemos a casa sanos  y salvos pese a los escualos que algunos bañistas  afirman haber vislumbrado en Son Saura del Sur. Con ligera brisa del norte, que diría el inefable exministro Trillo, el héroe de Perejil, vuelve la conversación, pinceladas políticas (¿se reconciliarán en breve Felipe González y Pedro Sánchez?, ¿llegará algún día al centro Pablo Casado?), pero sobre todo hablamos de la magia de nuestra isla que nuestros amigos adoran desde hace décadas.

Vuelvo a la realidad pandémica. Los jóvenes no tienen toda la culpa: les inculcaron un inexistente derecho al disfrute perpetuo y sin trabas, ahora aderezado con un libertarismo castizo, y no están dispuestos a renunciar, caiga quien caiga.

Peor lo llevo con los negacionistas de las vacunas y de tutti quanti, ya se sabe, que la tierra es plana, que el calentamiento global es una patraña, que no hubo alunizaje, que Soros gobierna el mundo o que Leonardo da Vinci era catalán… Y que no hay que vacunarse. ¡Qué cruz!