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Todos los que escribimos una novela sabemos que hoy por hoy es más difícil publicarla que escribirla. Son numerosos los motivos que así lo han determinado. Desde el inicio de la crisis del 2008 las editoriales han ido retrocediendo, mucho más que los demás negocios, por no ser el libro un artículo de primera necesidad, por ocuparse cada vez menos la gente de la lectura, apegados a las redes sociales y a los adelantos tecnológicos, a más del factor adverso que suponen las bibliotecas, donde uno puede proveerse de libros, gratuitamente, a pedir de boca.

Viene esto a cuento de que recientemente, cuatro meses atrás, una vez concluida mi tercera novela, la consigné a las editoriales, todavía subsistentes. A nivel nacional, que editan también el género de la narrativa, son unas ochenta, pulsé pues ochenta veces la tecla del correo electrónico y la expedí.

Sabía obviamente que mi novela no se adaptaría al catálogo de veinte de ellas, por ser de una importancia extrema que la temática se adecue a la especialidad que retiene cada editorial.                   

Me encontré con que de las sesenta que restaban, la mitad no admitía manuscritos. Por lo visto durante el confinamiento muchas personas se lo pasaron escribiendo un libro y estaban repletas sus despensas. Si le agregamos que por las sucesivas crisis las editoriales publican ahora mismo mucho menos libros que antes, la mayoría tenía cubiertas sus publicaciones, los próximos dos años.

Total, que si les digo que hay solo treinta que puedan publicarla, son muchas.                                 

A partir de ahí comienza la segunda parte de esta historia.                           

Editar una novela a nivel nacional comporta una tirada de quinientos ejemplares, lo cual representa un gasto que, por sus miserias, este colectivo solo puede atreverse a editarla si el personaje es sobradamente conocido. De no ser así, un elemento anónimo como yo debe colaborar aportando una cantidad de dinero, algo absolutamente comprensible, porque una editorial es ante todo y sobre todo un negocio.                                                         

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- No va a encontrar a ninguna editorial que se la publique sin aportar usted una parte de la edición, conozco mi negocio.

Asimismo se explayó la señora Esther de la editorial Comte D’aure de Barcelona, la primera que se dirigió a mí, ante mi negativa a aflojar la pasta. Y tuvo razón, pues posteriormente siete más me han llamado, refrendado su premonición; la última, ayer mismo, Ediciones Europa, me dijo que sí, que la edita, pero que debo pasar por taquilla y comprar la entrada si quiero ver la película,… bueno, ya me entienden.

De todos modos, el asunto no se trata de dinero, al menos en mi caso. Si fuera esto no me molestaría en escribir esta esquela que aparentemente parece una pataleta y no lo es. Hay otros inconvenientes mucho más penosos que los euros. El más grave, lo sé por experiencias anteriores,  es que estas editoriales pequeñas no disponen de mecanismos para promocionar la novela, en cambio una grande, una renombrada, como por ejemplo Anagrama, solo el sello la promociona, tanto es así que si esta editorial me dijera ven, yo lo dejaría todo, como bien reza la canción, y me lanzaría en sus brazos, cubriéndola incluso de billetes.   

Es una pérdida de tiempo y de dinero entrar por la puerta delantera de una de estas editoriales en el mundo literario como lo es asimismo entrar por la puerta trasera de las siete u ocho empresas que hay para la autopublicación.

Ambas te quitan la pasta, piden un año para su edición al tener previsiones anteriores, tienes que ponerte prácticamente a sus órdenes para trabajar en equipo y encima se creen que te hacen un favor.   

... Creo que entraré por la ventana.

florenciohdez@hotmail.com