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«Menorca es un paraíso, no es necesario ir al Caribe teniendo esta isla tan cerca». Ese suele ser uno de los comentarios más generalizados entre quienes nos visitan en época estival, especialmente este año en el que prevalece el turismo nacional por encima de otros mercados.

Sin embargo los mismos que alaban la belleza singular de este territorio, el cuidado del entorno, incluso la limpieza general (aunque los menorquines seamos más críticos a este respecto) cuestionan ciertas deficiencias que matizan el éxito completo de sus vacaciones.

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Una de estas anomalías es el transporte para recorrer Menorca y conocer sus lugares más emblemáticos. La inestabilidad en torno al desarrollo de la temporada cuando debían tomarse decisiones ha incidido en una exasperante falta de taxis sumada al encarecimiento de los coches de alquiler no siempre disponibles.

Ha sido entonces cuando ha cobrado mayor relevancia el transporte público que conecta ciudades y playas o núcleos turísticos y ahí tampoco alcanzamos una nota alta. «Resulta inconcebible que el último autobús de Binibèquer a Maó salga a las 5 de la tarde», me explicaba una turista catalana, quejosa porque entre la cola del chiringuito y el horario del bus apenas había podido disfrutar de uno de los reclamos menorquines por excelencia. Si la alternativa han sido los taxis, la espera no ha estado por debajo de los 30-45 minutos. La demanda ha desbordado la disponibilidad de vehículos sin que se logre entender por qué habiendo licencias temporales no se han utilizado todas o por qué no se han creado todavía en Ciutadella, donde los profesionales quieren acaparar el máximo de trabajo posible aun a costa de que el servicio no resulte eficiente. La consellera Francesca Gomis, siempre solícita, tiene trabajo para evitar el «desastre» de este año, como ella mismo lo ha calificado.