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Numerosos servicios y de diferentes sectores se han visto desbordados durante este agosto que ahora acaba. Nada nuevo bajo el sol, es el mes punta por excelencia, pero este año el cansancio de quienes trabajan cuando los demás están de vacaciones parece más generalizado y agudo, está en todas las conversaciones. Han escaseado taxis, ambulancias, sanitarios, camareros, limpiadoras para desinfectar a un ritmo endiablado todo lo que tocamos, ya sean las mesas de un bar o los asientos de un avión –me parece que se ha perdido mucho rigor en este asunto, la pandemia no ha terminado-, coches de alquiler, policías que controlen los botellones nocturnos o que simplemente hagan cumplir las normas covid con las que nos fríe el boletín oficial y que algunos ignoran, aparentemente sin consecuencias.

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Con el parón del verano de 2020 y la incertidumbre de todo un invierno de pandemia, es cierto que era difícil calcular lo que iba a pasar esta temporada, pero el exceso de prudencia de quienes gestionan esos servicios, públicos y privados, ha hecho que en todo se haya tirado a la baja, a la espera de ver cómo evoluciona una demanda que al final nos ha pasado por encima.

La realidad es que los datos de afiliación de julio constatan casi 1.500 trabajadores menos cotizando a la Seguridad Social y una punta tremenda de contratación temporal. Refuerzos con la formación sobre la marcha, bajas que no se cubren y trabajadores al límite, que en muchos casos tampoco cotizarán lo suficiente para pasar los meses invernales pero, en todo caso, satisfechos de volver al tajo después de meses de negocio cero. Cuando vuelva la calma habrá que reflexionar sobre lo sucedido no solo desde el ángulo del nuevo perfil turístico sino también desde el punto de vista laboral. Si se escatima en recursos humanos o el personal se quema a velocidad de vértigo, al final todo eso repercute en la calidad y el trato que se da tanto a los de fuera como a los de aquí.