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«Da un discurso cuando estés enfadado y harás el mejor de los discursos de entre los que te arrepientas»

Laurence Peter

Llevas buscándolas en el Congreso de los Diputados desde hace años, sin éxito… Pero su ausencia se hace, cada vez, más visible, aunque lo dicho pueda parecer una contradicción. Las últimas semanas perdiste ya toda esperanza de encontrarlas… Sus señorías/señoríos/señoríes -en su totalidad- parecían/parecen no echarlas curiosamente en falta, tal vez porque jamás las conocieron. No es de extrañar en un país en el que el lenguaje se ha pervertido por un seudo feminismo que debería ocuparse de otras cosas más vitales… Por no hablar de los barbarismos que os envuelven: las casas ya no tienen entrada, sino un hall, el pollo rebozado se ha mudado en un nugget, el «¡no me cuentes la película!» de toda la vida en un spoiler y el almuerzo en un brunch, por poner únicamente cuatro ejemplos significativos… Cosas muy pijas, ¿no les parece?

Pero a lo que ibas: nadie parece buscarlas -repites-. Tal vez, no sea desidia, sino interés… Serían molestas…Y es que, desde aquella famosa frase en la que Camilo José Cela dijo aquello tan conocido de que él no estaba dormido durante una sesión en el Senado, sino durmiendo y que ambas expresiones no significaban lo mismo, de la misma manera que no significaban lo mismo estar jodido (¡y perdonen ustedes la expresión!) que estar jodiendo, esas tres diputadas siguen sin dar señales de vida en vuestra Matria… Hablas -lo aclaras, al fin- de la oratoria, de la ironía (ese súbito y contundente brillo de la razón) y de la inteligencia…

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Alguien dijo -lamentas no recordar la autoría de la cita-, que «los hombres sabios hablan porque tienen algo que decir y los necios lo hacen porque tienen que decir algo». Todos vuestros representantes políticos, sin excepción, pertenecerían, hoy, a ese segundo grupo... Y, en esa tesitura, la argumentación sólida, razonada y bien expuesta, se ha mudado en una simple acumulación de banalidades, tópicos e insultos de toda orden y condición. Por eso, si pudieras, meterías en el Congreso a un nuevo Niceto Alcalá Zamora o a un Manuel Azaña o, si te apuran, a la siempre brillante Mafalda... Porque ellos y ella, entre otros/as/muchos/muchas (¡qué no se diga!) sí tenían algo que decir...

- ¿Te acuerdas? -te preguntas-.

2 Y te respondes afirmativamente. Evocas perfectamente ese libro que un día prestaste y perdiste y en el que, bajo el título de -crees- «El arte del discurso durante la II República», se recogían brillantes intervenciones de los dirigentes de la época. Un texto que debería reeditarse y repartirse entre tanto ignorante encumbrado. Discursos en los que brillaba la sabiduría, el respeto, la brillantez expositiva y, ¡cómo no!, el sarcasmo, como muestra inequívoca de riqueza intelectual… En ese Congreso sí anidaban esas tres mujeres sin cuerpo que, efectivamente, no hallas actualmente por ninguna parte. Tal vez fuera el fruto del hecho de que sus señorías entonces se lo curraban y no estaban pendientes de la inmediatez, de un «like» (me gusta) o del número de analfabetos seguidores… ¡No! Lo que prima hoy es la violación del lenguaje, la falta de respeto hacia el oponente y el chistecito simplón de turno que no aporta absolutamente nada ni al país ni al sereno enfrentamiento dialéctico…

Cuentan que, en cierta ocasión, y en una cena de gala, hicieron sentar a Mahatma Gandhi junto a un alto diplomático británico. Este último, al verlo, susurró la siguiente frase: «Es triste que un pájaro tenga que sentarse junto a un cerdo». A lo que Gandhi respondió, en un rapidísimo alarde de su genialidad: «¡No se preocupe, que saldré volando!». Pues eso…     

Y que aprendan de ese ejemplo, y de otros muchos, sus Excelentísimos/as/es Señorías, señoríos y señoríes… Pero -temes- que va a ser tristemente que no… ¿Ustedes qué opinan?