TW

He soñado un mundo al revés. Un mundo donde los habitantes caminaban sobre las manos y además, hacia atrás, como los cangrejos. A la hora de escribir, escribían de derecha a izquierda. De noche avanzaban a tientas y de día tenían todas las luces encendidas. Cuando organizaban concursos de canto ganaba el que cantaba peor. Los cuadros, cuanto peor pintados, mejor. Cuando servían vino lo hacían con el vaso invertido, con lo que lo derramaban todo por encima de la mesa y después tenían que recogerlo humedeciendo un trapo que estrujaban en la boca. La gente se ponía sus mejores vestiduras para acostarse, y en cambio se les veía andrajosos por la calle y en las fiestas distinguidas. Mandaban los pobres. Trabajaban los ricos. En los torneos competían los viejos y los jóvenes les observaban con nostalgia.

Noticias relacionadas

En ese mundo tergiversado no mandaba el rey, sino la reina, una mujer joven que a veces se convertía en un gamo. Cuando la reina se convertía en gamo, todo el sentido de las cosas volvía a lo que nosotros conocemos como normalidad. Se casaban los jóvenes, morían los viejos, competían los ágiles, disfrutaban los ricos y todo el mundo tenía cornamenta de plata. Ya no se abrigaban durante el mes de agosto, sino que mudaban la piel en verano para estar más frescos. La reina se llamaba Pecar, porque en el mundo al revés «pecar» debía de ser el colmo de la virtud. Pecar significaba ser moralmente respetuoso con todo. Era una reina esbelta, de larga cabellera negra que llevaba toda alzada como un pincho -al caer hacia abajo por efecto de la gravedad-, de ojos grandes y verdes como esmeraldas y boca sensual. Tenía todos los atributos de la belleza, y sin embargo era muy tímida porque se sentía deforme, y rehuía las miradas de todo el mundo. En aquel mundo cambiado la fealdad era apreciada con el valor de la belleza, y la reina decía: «Me habría gustado ser fea; así no provocaría a compasión, sino que sería admirada por todos». Además, en el orden moral, todos sus ministros eran corruptos y tiraban la piedra y escondían la mano. Quienes ocupaban altos cargos habían subido haciendo trampas y poniendo zancadillas a los más confiados.

Cuando he despertado me he dado cuenta de que, pensándolo bien, esto es lo que pasa en nuestro mundo, un mundo al revés donde progresan los astutos, la belleza de espíritu es ignorada y triunfa la de los sentidos, que se pierde con los años, y a menudo hacemos las cosas con los pies, en lugar de hacerlas con la cabeza.