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«No he tenido nunca un disgusto que no se me haya pasado después de una hora de lectura».

Montesquieu.       

En cada inicio de curso, siempre había un alumno que te preguntaba para qué servía la Literatura. No era una cuestión baladí, ya que de tu respuesta podía depender, en gran medida, el que el estudiante se sintiera motivado o no por la materia. La contestación era abstracta, pero, a pesar de ello, solía funcionar. Le comentabas, en esa tesitura, que la Literatura mejoraba a las personas, las convertía en más sensibles, pulía las almas, producía un placer estético, invitaba a la reflexión y te permitía vivir mil vidas distintas a la tuya propia… Y proseguías con esa extraña definición que, a fuerza de leer y comentar lo leído, acababa por asimilar, perfectamente, el adolescente. Así, por ejemplo, le recordabas lo dicho por Santa Teresa de Jesús en cuanto a que la lectura dificultaba que a uno lo manipularan: «Lee y conducirás, no leas y serás conducido», etc. Tu férrea fe en el poder regenerador de las palabras no te ha abandonado nunca y se ha ido acrecentando a medida que la vida, la tuya, con el paso del tiempo, se ha ido escurriendo como agua entre manos unidas con impericia. Una fe que se ha visto abonada, y por antítesis, frecuentemente, gracias a la clase política…

¿Qué busca, en realidad, hoy, un político? Si partís de las evidencias y sois realistas, habréis de convenir en que, salvo honrosas excepciones, lo que se persigue no es el advenimiento de un mundo más equitativo, sino la consecución de tres ‘bienes’ estrictamente personales: poder, dinero y reconocimiento social… De ahí que, tal vez, les resultara útil a vuestros dirigentes acceder a la Literatura y, concretando, a un texto emblemático y conocido: las «Coplas a la muerte de su padre» de Jorge Manrique, esas coplas en las que, a partir de una reflexión no medieval sino prerrenacentista sobre la muerte, el poeta os la muestra como maestra para el bien vivir…

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Manrique recuerda, todavía ahora, a los políticos, en su obra, que el poder es efímero, como la vida misma, como es huidizo también el reconocimiento social y la riqueza: «Recuerde el alma dormida,/ avive el seso y despierte/ contemplando/ cómo se pasa la vida, /cómo se viene la muerte/ tan callando,/ Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar,/ que es el morir,/ allí van los señoríos/ derechos a se acabar/ y consumir;/ allí los ríos caudales,/ allí los otros medianos/ y más chicos,/ que allegados, son iguales/ los que viven por sus manos/y los ricos».    Y si es, efectivamente, así –como es- a qué tanta obsesión por alcanzar y mantenerse en el poder, a costa de lo que sea; a qué tantos privilegios, inmunidades, puertas giratorias, intervenciones televisivas, egocentrismos, juegos sucios para acceder a la cúspide, indignidades y un largo etcétera.

Los políticos tendrían que constatar, en carne propia, lo dicho y emprender el camino hacia la regeneración personal de la mano del poeta: «mas cumple tener buen tino/para andar esta jornada/ sin errar», ya que «ved de cuán poco valor/ son las cosas tras que andamos/y corremos,/ que, en este mundo traidor/ aun primero que miramos/las perdemos.» Una conversión que podría fácilmente tener su motivación en esos otros versos: «¿Qué se hizo el Rey Don Juan?/ Los Infantes de Aragón/ ¿qué se hicieron? (…) ¿Fueron sino devaneos,/ qué fueron sino verduras/de las eras» … ¿Y si cambiarais los nombres, actualizándolos?.

Ojalá se produzca ese salvador cambio en vuestros líderes, para, lejos de intentar saciar oscuros intereses personales, se esfuercen en trabajar en beneficio de una sociedad maltrecha… Desde el diálogo, la tolerancia y la cooperación, para obtener, así, el único bien que la muerte no horada: la conciencia limpia y el legado imborrable de un buen recuerdo: «dejonos harto consuelo/su memoria.» Inshallah…

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P.S.- Estimado amigo Quetglas: Gracias por tu generoso comentario a «Los cadáveres equivocados», pero aún más por tu emotiva referencia a mi padre, que tanto te apreciaba. ¡Un buen padre!