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Los papeles de Bárcenas, Villarejo, Manglano, Pandora y un tal Pollo Carvajal son ejemplos de información confidencial que, por hache o por be, sale a la luz causando el natural revuelo. En estos tiempos de piratería (informática), periodismo de investigación y leyes de transparencia (tendremos un servicio secreto a voces), es difícil ocultar algo mucho tiempo. Al final, la verdad resplandece mientras la corrupción florece, dejando al personal bocabadat, esbadalit y lleno de dudas razonables. Cada vez que sale alguno de estos bombazos en la prensa nos preguntamos: ¿Cuántas cosas quedarán sin salir?

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De repente, se nos cae la venda de los ojos y constatamos que lo que rige los asuntos humanos no es la ética ni el bien común, sino el fin que justifica los medios y, si no los justifica, los esconde. Pero todo deja rastro, desde el asesinato al anonimato. Esa antigua costumbre de apuntarlo todo en papelitos, para no olvidarlo, hace que podamos reconstruir los hechos y descubrir lo que no sabíamos ni sospechábamos. Confiamos en que algún día se conocerá todo, aunque haya prescrito. No podemos condenar sin pruebas. Las leyes también son una garantía para el delincuente. Impiden la arbitrariedad.

Algunas leyes son conocidas. La de la gravedad o la de la oferta y la demanda, por ejemplo. Ignorarlas no nos exime de cumplirlas. Como la gente se cansa y se descansa, tenemos la ley del mínimo esfuerzo o de la pereza universal.