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Cada año, por estas fechas, me intento convencer de que después de desistir en mi proposición de apuntarme al gimnasio y ponerme en forma para suprimir los excesos del verano, no fallaré en mi objetivo de convertirme en un experto buscador de esclata-sangs. Me digo, «vas a afilar tu implacable olfato, tu paciencia y tu capacidad de búsqueda para encontrar un lugar que cubra tu apetito de setas». Bah, ni de chiripa. Cada otoño se acaba consumiendo sin que haya aprendido a diferenciar una especie de otra y con el consiguiente riesgo de comerme una de las chungas y lo acabe pagando.

Y, ahora que empieza a terminar el 2021, al igual que en el 2020, el 2019 y los que te rondaré morena, sigo sin saber ni poder encontrar ni para un mísero plato de esclata-sangs. Me consuela que lo puedo comprar en el supermercado, cocinarlo y echarle suficientes cacahuetes al mono para que aguante hasta el otoño que viene sin quejarse. Tengo asumido que no es lo mío y que, a no ser que saquen algún curso online de buscadores de setas con posibilidad de aprobar con alguna suspendida como la educación española, mi rotlo más fiable seguirá siendo el de la tienda de turno.

Oye, no me frustro, ¿entiendes? Lo tengo asumido, ya forma parte de esas cosas que no conseguiré en mi vida, pero me siguen ilusionando lo suficiente como para imaginarme hasta las cejas de barro y de arañazos, recolectando tan preciado botín. Cómo envidio a los que descongelan un túper en mayo para pimplarse un bocadillo.

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Creo que el primer paso es asumirlo. Y a estas alturas te habrás dado cuenta que no hablo solo de setas. A veces tenemos miedo de asumir que en nuestra vida tenemos límites, hay aspectos con los que no podemos lidiar y acabamos claudicando. El problema viene cuando en lugar de asumir la lógica nos empeñamos en luchar para conseguir nuestro objetivo.

Una piedra, por ejemplo, puede soñar con volar. Que su ilusión sea surcar el cielo libre de ataduras al suelo y llegar hasta donde le plazca. Pero para eso, la gravedad es muy cabrona y no hay frase motivacional que le haga cambiar de opinión. No digo que la piedra deje de soñar, no quiero ser malo, digo que a lo mejor tendría que contentarse con que le dé la brisa. Sé que no saben igual las setas que tú mismo coges, que las que compras en el súper.

Que sí, que Impossible is nothing, y bla, bla, bla. Pero hay cosas que no. Como el que se cree buena persona, buen jefe o buen presidente, que está convencido de que hace lo correcto, cuando quizás necesitaríamos que hiciese menos cosas. Y que su ambición se ajustase a la realidad. Quizás para presidir una comunidad de vecinos, o un club de amigos invisibles.

dgelabertpetrus@gmail.com