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En ocasiones, la vida utiliza indicios para alertarte sobre la que se te avecina. El día en que lo hallaron muerto, Andrés Cremento –un individuo acomplejado por la suma de nombre y apellido- recibió una de esas advertencias a la que, el muy lelo, no hizo caso. En su bar preferido, un cartel rezaba así:«Hace un día precioso. Verás cómo alguien o algo lo jode».Quedaba, así, pues, advertido, pero ni por esas… Tras tomarse su cafetito diario, Andrés telefoneó a su electricista. Le preocupaba ese cable suelto que permanecía suspendido en el aire tras el inusual strip-tease de un vetusto enchufe de pared. Era verano y el electricista no estaba entonces para nimiedades. Lo suyo, en esa época, era priorizar lucrativos arreglos en hoteles, conjuntos de apartamentos y viviendas de gente vip Y así se lo dio a entender al pobre Excremento… Andrés Cremento -¡perdón!-. Y es que los menorquines de a pie, en el estío, no resultáis rentables –piensas ahora-. «Tendrá que esperar a diciembre»–le auguró el técnico-. «¡Pero si estamos en julio!» –le espetó Andrés, colérico, mientras Magdalena, la camarera (¡nombre apropiado para su oficio!), divertida, le señalaba el profético cartel de marras-.

Resignado, acudió seguidamente a una delegación ministerial isleña… Anhelaba conseguir un simple impreso. ¿Serían? ¿Las nueve de la mañana? El funcionario le miró con desprecio: «¿No sabe obtenerlo vía internet? Lo siento. Impresos de 9.00 a 9.05 horas» –continuó el oficinista que, sin saberlo, se estaba suicidando laboralmente-. Andrés, en esa tesitura, se acordó de la familia del mentado funcionario y de un famoso artículo de Larra… «¿Podría hablar con el jefe de negociado?» –prosiguió con la moral invicta vuestro héroe-. «Pida cita en la ventanilla 1 para que le den hora para la ventanilla 4 donde le darán hora para la ventanilla 7… Y el oficinista de la 7, llegado el momento, gestionando, le gestionará un encuentro previamente gestionado con el mentado jefe de negociado»…

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Seguidamente, ya alterado, acudió al hospital. Le ordenaron que sacara número con el código de barras de su citación. «Verá usted, es que me convocaron por email y no hay código» -exclamó don Andrés-. A lo que le respondieron: «¿No se da cuenta de que este nuevo sistema está pensado para salvaguardar su intimidad, para que la enfermera no le llame a consulta pronunciando su nombre?». Y, aunque en el caso de Andrés Cremento, la cosa podía ser en parte cierta, el hombre pensó que el hecho de pronunciar un nombre, a la postre, no vulneraba ningún secreto de Estado… «¿Con la tarjeta? ¿Qué es una excepción? Pues vale» –concluyó don Andrés-. Tras ser diagnosticado de piedras en el riñón y ansiedad -¡natural, oiga!- el Sr. Cremento regresó a casa. Una fuga de agua estaba inundándola. Telefoneó raudo a su seguro… 12.00 horas. «Le advertimos que para su seguridad esta conversación erótica e íntima    puede ser grabada. Si quiere hablar con defunciones pulse el 1; con roturas óseas varias, el 2; con incendios controlados, el 3; con incendios preocupantes, el 4; si se está usted quemando, el 5’5; con la casa en llamas, el 6; con goteras el 7; con inundaciones leves, el 8; si el agua le llega a los tobillos, el 9; si a la nariz, el 10; si se ha ahogado no importa ya que marque número alguno; si…» 13.45 horas… «Si tiene un grano en la nariz, marque el 2.456, si el grano está en el trasero, pulse el 2.457; si...».

Cuentan que al bueno de don Andrés Cremento lo hallaron muerto, con los pelos erizados, fundido con el auricular… Al parecer, un cable suelto había contraído fatales nupcias con el agua que reinaba en todo su domicilio. El médico dictaminó «muerte por deshumanización». Entrevistados en televisión, el funcionario exclamó que «a qué venía eso de pedir un impreso si pensaba espicharla», el del seguro que «debería de haber marcado, de inmediato, el número 4.671.245 y dos tercios» y el electricista que era de gente maleducada eso de molestar a un especialista en pleno verano y, por añadidura, morirse en agosto… ¡Descanse en paz!