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Y se nota. Hemos empezado este mes de diciembre con un extraño empuje. Teníamos como una inexplicable necesidad de arrancar esa hoja del calendario repleta de vientos, nubarrones y lluvias y adentrarnos en un nuevo mes que al menos creíamos iba a ser de tonalidades más suave pero no, a las lluvias se ha sumado ese frío que se nos cala hasta los huesos y que de poco sirve le pongamos barreras en forma de chaquetones y bufandas porque sabe muy bien por donde colarse y donde quedarse. Yo creo que son los fríos invernales de siempre pero que ahora nos han llegado como si fueran el trailer de esa superproducción que siempre nos hace tiritar y que nos suena a turrones, luces y villancicos. También las luces navideñas    han adelantado su encendido en muchas ciudades de nuestro planeta, posiblemente con la intención de dar luz a muchas tinieblas que nos siguen acompañando y desdibujar esas malas sombras que siempre nos vienen pisando los talones.

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Y en ese obligado malabarismo al que el destino nos está obligando a jugar e invitarnos a hacerle trampas para hacer menos pesadas nuestras tristezas, nos sentimos parte de ese extraño circo de carpa desgastada debido a tantas actuaciones de payasos sin bromas y niños si apenas sonrisas, mientras escuchamos desde el fondo aquel «más difícil todavía» que se nos clava en el alma como algo nuestro, presente, vivido día a día y marcando futuros inciertos. Voy a ponerme a tachar días de esa hoja de mi calendario aunque todavía no se hayan cumplido, aunque estén por llegar. Necesitamos llegar a esa Noche Buena cuanto antes, aunque no sepamos si lo será del todo, aunque solo nos lo parezca que ya es mucho.